8 de septiembre de 2008

Alisios

Me dices que estás harta de la panza de burro y del color otoñal que tienen las calles y los celajes, o que desearías estar en Maspalomas bajo un cielo azul radiante y un sol que te recuerde todo el tiempo que es verano. Todos los años me vienes con la misma cantinela meteorológica y teclosa, y también me cuentas que no volverás más a Las Canteras en julio y en agosto, que la ciudad está como dormida y que parecemos portugueses nostálgicos de fados y neblinas. Y yo cada verano te respondo lo mismo. Primero trato de explicarte el fenómeno de los alisios y luego acabo dejándote por imposible con tus idealizados cielos caribeños y con el reclamo, casi siempre mendaz, del catálogo de la agencia de viajes. Este es nuestro verano de cada verano, y el día que nos falte nos daremos cuenta de cuánto le debemos y de lo afortunados que hemos sido por no estar achicharrados bajo una canícula que te deja sin oxígeno, sin fuerzas y con las entendederas fuera de juego durante varias semanas. Necesitamos estas sombras para mantener nuestras neuronas a salvo.

En media hora puedes salir a buscar la luz y el cielo azul hacia las cumbres o hacia el sur de la isla, pero mientras trabajas y caminas por las calles de Las Palmas de Gran Canaria no te ves asaltado por un sol de justicia que te terminaría sacando incluso de la playa. También precisamos de la bendita panza de burro para mantener viva esa melancolía de los muchos ancestros portugueses que corren por nuestras venas. Es parte del color de nuestra infancia y de la memoria de nuestros viejos, y además le da un aire londinense o dublinés a nuestros horizontes. No dura todo el año. Ya luego, en plenas navidades, o disfrazados en febrero cuando toda Europa se congela, nosotros tenemos ese azul cobalto e intenso que nos vuelve vitalistas, bullangueros y festivos. El verano, en nuestro caso, es un respiro necesario que no nos agobia ni nos tiene soñando con sombras que nos salven del insoportable calor que otros encuentran en la calle. Todos hemos renegado alguna vez de los alisios, sobre todo los domingos, o en las vacaciones de la adolescencia; pero luego, si has vivido en algunas ciudades mesetarias o meridionales de la Península, es lo más que añoras de los estíos isleños. Ese mar de nubes que nos salva de la canícula nos lo llevaremos puesto a todas partes mientras vivamos. No seríamos los mismos sin esos días que nos vuelven un poco filosóficos mirando los brumosos horizontes portuarios. Lo fácil sería maldecir su presencia, pero tú y yo sabemos que sin esas nubes grises que nos resguardan no seríamos quienes somos. Siempre ha sido así. Lo otro no son más que postales engañosas que nada tienen que ver con nuestro verano.


CICLOTIMIAS

Son las tristezas del alma las que oscurecen la tarde. Las nubes siempre terminan pasando.

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