9 de septiembre de 2008

Cayucos

Uno quisiera escribir sobre atardeceres, playas paradisíacas o versos de poetas que nos conduzcan por los caminos de la emoción y del vitalismo. Podría obviar esa foto y todas las otras fotos que van apolillando las alegrías y las pocas ganas que nos van quedando de salir a la calle como si fuéramos a bailar la Rama. Pero es la realidad la que va escribiendo los periódicos y la que hace cambiar los titulares y los sumarios que estaban previstos. También es la que remueve sus columnas y la que va marcando los argumentos sobre los que hay que escribir. Y no queda otra si uno quiere acercarse, aunque sea de soslayo, al mundo que palpita y que tenemos delante. Vivimos días tristes en nuestra isla. La muerte se ha aparecido por muchas partes y nos ha dejado perplejos y algo más sombríos. Tardaremos mucho tiempo en recuperarnos del impacto de Barajas, pero sabemos que fue un accidente, que no tiene por qué volver a pasar, y que volar, por mucho que ahora estemos dudando hasta de las puertas de los aviones, es un verbo que se lleva conjugando con seguridad desde hace muchas décadas.

Pero las otras muertes, las que nos enseñaron las fotografías de esta semana, ya han dejado de ser accidentales. Hace años que venimos recogiendo cadáveres de la costa para enterrarlos en el anonimato de un nicho sin nombre y sin historia. Uno se niega a reconocer que ese océano azul que tantos sueños despierta en nosotros se haya convertido en un gran cementerio en el que acaban zozobrando cientos de ilusiones cada año. Nosotros, en su lugar, también estaríamos viajando en esas pateras y en esos cayucos que atraviesan el océano desafiando al sentido común. Me quito el sombrero ante todos ellos como mismo me lo hubiera quitado ante los canarios que salían para América arriesgando su vida en alta mar después de renunciar a sus paisajes y a sus querencias.

A los que llegan a la costa deberíamos recibirlos como recibiríamos a la Unión Deportiva si ganara la Copa de Europa. Dejemos la demagogia y la macroeconomía para los pragmáticos. Casi todos nosotros sabemos que la valentía y el impulso de las migraciones es la que siempre ha ido escribiendo la historia, y los canarios deberíamos ser los primeros en reconocer que el mestizaje contribuye a engrandecer la cultura y a evitar las tentaciones nacionalistas exacerbadas. Sólo cabe el apoyo económico que contribuya al desarrollo de África para evitar esta tragedia. Mientras eso no suceda, nadie le va a poder poner diques al océano: su inmensidad, como bien sabemos los que nos hemos criado cerca de sus horizontes, nos salva al mismo tiempo que nos condena. Para ellos, para los que esta semana dejaron su vida casi a la orilla del paraíso que venían buscando, era la única puerta de salida disponible.



CICLOTIMIAS

Uno nunca deja de estar presente en aquellos lugares en los que fue realmente feliz.

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