7 de septiembre de 2008

La crisis

Aquí no venimos con ningún guión escrito. La vida no es un best seller ni una de esas previsibles películas americanas en las que siempre pasa lo mismo. Lo bueno de nuestra existencia es que es imprevisible y azarosa. Llámalo milagro si quieres. En el fondo, si lo piensas fríamente, no somos más que un milagro. Venimos de la nada y vamos hacia otra nada desconocida. A lo largo de ese camino nos enamoramos, nos bañamos en el mar, aprendemos de los golpes cotidianos, nos aburrimos y andamos constantemente dudando entre si esto es un paraíso o un infierno. Las crisis las encontramos en medio de todas esas contingencias cotidianas. Ahora, por ejemplo, andamos en crisis. Suben las hipotecas, pierden poder adquisitivo los sueldos y no damos con una solución para lo de las energías. Como no sabemos por dónde buscar respuestas, nos ponemos a mirar como lelos hacia la pantalla del televisor para ver si alguien se presenta con una solución efectiva e inmediata. Pero los telediarios no tienen nada que ver con esas películas previsibles que contaba al principio. En la vida real aparece todo cada vez más embarullado, y nunca sale James Stewart sonriendo de oreja a oreja como en Qué bello es vivir, ni tampoco nos van cayendo ángeles salvadores desde el cielo.

La actual crisis, más que económica, es de valores. Uno se siente como si viniera interpretando una obra de teatro y de repente, en mitad de la función, le cambiaran el decorado. O como si vestidos con ropajes del siglo XVII nos colocaran mañana mismo en medio de la Quinta Avenida. No sabes cómo moverte para no meter la pata y no llamar la atención. Todo queda fuera de lugar. Es lo que nos está sucediendo a nosotros. Nos vendieron una milonga de bienestar y felicidad bobalicona, y no queríamos ver que la mayor parte de la humanidad se seguía muriendo de hambre o que estábamos deteriorando el planeta. Ahora no nos queda más remedio que quitarnos las ropas pasadas de moda si queremos seguir protagonizando dignamente esta comedia diaria. No basta con bajar el euribor o los tipos de interés. La solución requiere un esfuerzo mucho más enjundioso. No soy de los pesimistas. En unos años este pequeño calvario, cíclico y habitual a lo largo de nuestra propia historia, se convertirá en un recuerdo lejano. Pero como en las otras crisis del pasado, nos veremos obligados a cambiar por completo el guión que nos habían dado al principio de la obra. Los valores, la forma de concebir las relaciones con nuestros semejantes o el cuidado de nuestro entorno serán los capítulos estelares de ese nuevo argumento. Lo único que sí sabemos es que los protagonistas seguiremos siendo igual de mortales, y que el final, pase lo que pase, tiene que quedar siempre abierto.


CICLOTIMIAS

Se reía por cualquier cosa, y la verdad es que la gente ya lo tomaba por idiota: si se es feliz hay que aprender primero a disimularlo.

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