22 de octubre de 2008

Conectados

Podría empezar como en los cuentos con el érase una vez de nuestra infancia de Blancanieves y cursis Caperucitas Rojas. Pero esto no es un cuento, ni tampoco sucedió hace muchos años. Hace nada, apenas una década, éramos capaces de desconectar del trabajo desde que salíamos de la oficina. Si tenías un día libre te ibas a Maspalomas y llegabas como nuevo después de haber estado varias horas sin pensar en las tareas pendientes. Eran los días en que si le querías contar a tus hijos el cuento de Pinocho disponías de todo el tiempo del mundo para explicarles la historia del muñeco de madera al que le crecía la nariz cada vez que decía mentiras. Realmente te encantaría decirles que en la vida real eso nunca termina sucediendo, y que los mentirosos, lejos de afearse con prominencias exageradas, se van al cirujano plástico y salen cada día más guapos en las revistas. Pero estás pidiendo mucho. Ahora ni siquiera te dejan tiempo para que pronuncies la palabra Pinocho. Siempre te acabará llamando alguien al teléfono móvil. Da lo mismo la hora o el motivo de la llamada.

El ser humano le ha cogido vicio a lo de las teclas y busca todo el rato la manera de rentabilizar el aparatito de marras. Tenemos que estar conectados en todas partes, por lo que pudiera pasar, y también por si no ocurre nada. No te escapas de la realidad ni aunque te pierdas por las playas de Jandía. Incluso cuando vas en la guagua te encuentras a una señora dando gritos mientras cuenta que al nieto le han salido las chinas. Por eso prefiero decir que hubo un tiempo, hace apenas diez años, en que te movías sin tener la sensación de estar controlado por satélite en todas partes. Tampoco es que reivindique una vuelta al pleistoceno, pero a uno sí que le gustaría desconectar por completo como desconectábamos antes cuando nos íbamos a comer un potaje de jaramagos a Fontanales.

A veces apagas el teléfono y tratas de salvarte. Pero siempre estás cogido. Y, luego, según lo enciendes, te estresas con los mensajes y con las llamadas perdidas. Te entra el telele, y sobre la marcha piensas en alguna catástrofe. Sin embargo, una y otra vez devuelves las llamadas y casi nunca pasa nada. Todo lo que te dicen te lo podrían haber contado en persona al día siguiente. Pero aun así siempre recaemos, y yo ahora mismo, mientras escribo, no hago más que mirar por el rabillo del ojo hacia las rayas que marcan la cobertura de mi teléfono móvil. No espero ninguna llamada, pero al paso de un par de horas sin percibir pitidos uno llega a tener la sensación de que se ha quedado completamente solo en el planeta. Por eso hablamos como locos a todas horas. Para saber que existimos y que todavía se sigue contando con nosotros.


CICLOTIMIAS

No creas que eres el único héroe en esta historia; también los peces han aprendido latín para salvar su pellejo. Si te sumerges en el mar los escucharás declinando quedamente las burbujas del tiempo.

3 comentarios:

Treinta Abriles dijo...

Por si no lo sabes, los móviles se inventaron porque, tras una gran nevada, muchas personas quedaban "aisladas" en sus coches, sin poder decir dónde estaban.

Ahora ya no puedes "aislarte" nunca.

No encontrarás virtudes ni defectos absolutos...

Anónimo dijo...

Está bien saber de dónde vienen los inventos. La pena es que luego tus jefes confunda una nevada con el primer encargo laboral que se les ocurra a cualquier hora del día. Pero está bien saber que hasta nuestras conexiones provienen del frío y del miedo atávico que le tenemos a los glaciares.

Treinta Abriles dijo...

Si, pero tienes toda la razón del mundo.´

Me siento plenamente identificada con lo que expones.