3 de octubre de 2008

Galdós



Montemos una malévola leyenda: cuando llegó a la Península se sacudió los zapatos y renegó de su tierra. Dejemos que pasen los años y que se asiente en el subconsciente de sus paisanos. Y luego evitemos que se lean sus libros y que se conozca su trascendencia literaria. Si fuera la sinopsis de una novela sólo nos faltaría el título: Cómo matar a un escritor.

A Benito Pérez Galdós lo mataron durante muchos años en su tierra natal. Hoy no, hoy creo que por fin se le está empezando a hacer justicia, en este caso justicia poética. Han tenido que pasar varias generaciones y muchos años de resentimientos y concepciones pacatas y rastreras de la vida para que su figura tenga en Canarias la dimensión que merece. Uno trata de ponerse a veces en el pellejo de Galdós, en su época, en sus avatares históricos y, sobre todo, en su distancia temporal del archipiélago. No estaba a dos horas y media de avión de Gran Canaria, y volver equivalía entonces a renunciar a muchas semanas de vida y de creación literaria.
Pero Galdós siempre mantiene en la mirada esa añoranza de su tierra. Lo que ha sucedido es que casi nadie se ha parado a mirar con detenimiento sus ojos. La mayor parte de las veces se hace acompañar de un perro. Lo recuerdo así en la famosa foto madrileña que le sacó Alfonso en Hilarión Eslava, en su jardín de San Quintín, en Santander, e incluso en el retrato que le hicieron en Los Lirios, en el Monte Lentiscal grancanario. Galdós acariciaba a sus perros para acariciar su infancia. Fíjense en su penetrante mirada o en esos ojos que parecen buscar siempre el horizonte de Las Canteras o de San Cristóbal. Incluso cuando lo inmortalizaron, él eligió a Sorolla: quería que lo pintaran con ojos de mar.

Galdós vino al mundo en Las Palmas de Gran Canaria en el mes de mayo de 1843. Le debemos mucho los canarios, entre otras cosas mil perdones por tantas y tantas mezquindades provincianas. Él jamás renegó de su tierra. Vale que recreaba las novelas en escenarios lejanos y nada costeros, pero en sus ritmos, en sus juegos de palabras y en la ironía o la ternura de sus reflexiones se reconoce al niño que aprendió a soñar frente al Atlántico. Miren fijamente cualquier retrato de Galdós. Descubrirán a un hombre de mar que a medida que avanzaba la ceguera aguzaba el oído que le traía a todas horas lejanos sonidos de su infancia: el griterío matinal de la calle Mayor de Triana, el rumor del barranco Guiniguada o los primeros versos aprendidos en el Colegio San Agustín de Vegueta. Y luego estaban los perros, aquellos perros lazarillos y fieles que acariciaba en casi todos los retratos para no perder nunca de vista el camino de regreso a casa.


CICLOTIMIAS
En el descubrimiento del placer también está siempre el riesgo del veneno. Cada nueva fruta probada por nuestros antepasados era una elección a vida o muerte.

1 comentario:

Jaime dijo...

Cualquier historia puede reescribirse un millón de veces, sí, siempre dependiendo, claro, de quien lleve el bolígrafo ese día a mano. Yo soy un desconocedor, como de tantas otras cosas, de la vida y obra de Galdós, no por falta de curiosidad, que sí la tengo, sino por falta de ganas, como para casi todo lo demás. La lista de mis propósitos de enmienda escribiría unos nuevos Episodios Nacionales, por lo menos, aunque a mí me dijeran un día que lo mío de realismo tiene poco, que yo iba para sudamericano, pero fui abducido por alguna duna pasajera y me olvidé de cruzar el océano.

El mar, siempre el mar, es cierto, la sal y la arena, y esa sonrisa casi cínica que llevamos impregnada de tanto sol que nos deslumbra, eso debe ser lo que nos diferencia del resto, y esa ceguera a la que vamos yendo inevitablemente, cuando empezamos a sentarnos a recordar.

Y recordando, recordando, sí que recuerdo algo que he tenido que buscar, del prólogo de Galdós a Clarín en La Regenta que decía que "Esto que digo de visitar talleres ajenos no significa precisamente una labor crítica, que si así fuera yo aborrecía tales visitas en vez de amarlas; es recrearse en las obras ajenas sabiendo cómo se hacen o cómo se intenta su ejecución; es buscar y sorprender las dificultades vencidas, los aciertos fáciles o alcanzados con poderoso esfuerzo; es buscar y satisfacer uno de los pocos placeres que hay en la vida, la admiración, a más de placer, necesidad imperiosa en toda profesión u oficio, pues el admirar entendiendo que es la respiración del arte, y el que no admira corre el peligro de morir de asfixia."
Esa hermosa generosidad, ese desprendimiento, esa admiración por el trabajo ajeno es ese puntito del signo de admiración que yo leo siempre en los canarios que les/nos honra...

Digo yo...