16 de octubre de 2008

La raíz cuadrada

En la vida nos condenan muchas veces al mal de Diógenes. A lo largo de los años nos han obligado a acumular conocimientos, recuerdos y objetos que no nos han servido absolutamente para nada. Ni hemos encontrado emoción, ni nos han compensado los esfuerzos de concentración o aprendizaje. Es normal que habiendo gastado tantas neuronas innecesariamente acabemos luego desorientados y sin saber por dónde diablos se encuentra la puerta de salida. No sé si el cerebro será o no será rencoroso, pero que pasa factura y cobra lo que le haces es algo que creo que nadie puede negar. De lo que lo vayamos alimentando dependen nuestros equilibrios y lo mucho o poco que sepamos sobrellevar eso que los tremendistas denominan los embates de la vida.

Pero vamos a hablar claro de una vez. A quién le pedimos cuentas por las neuronas desperdiciadas en adquirir conocimientos que luego no nos han servido para nada. Las raíces cuadradas, por ejemplo. Quitando a los matemáticos y a los ingenieros, alguien me puede decir para qué le ha servido una raíz cuadrada en su vida cotidiana. Si al menos sirviera para soportar un desamor o para estirar la nómina y llegar a fin de mes, a lo mejor perdonábamos a los que se empeñaron durante semanas en martirizarnos con aquellos bailes de números que ahora resuelve en un plis plas la calculadora de cualquier teléfono móvil. Unos dirán que lo hacían para desarrollar nuestro intelecto, pero qué intelecto. Ese es el problema: en lugar de llevarnos a jugar un partido de fútbol en la playa de Las Canteras, nos torturaban con fórmulas matemáticas; y ahora, al paso de los años, los cerebritos que están al frente de todos los cotarros no saben ponerle imaginación o espiritualidad a la vida. Y tampoco se atreven a contarnos que no les valen para nada las fórmulas, entre otras cosas porque ellos saben que cuando entra en juego el azar se acaba el formulismo y empieza la aventura, con toda la bendita anarquía que eso conlleva.

Pero sigamos poniendo las cartas boca arriba. Cuántos de ustedes recuerdan cómo se resolvía una raíz cuadrada. No, no vale volver al cuaderno escolar, ni meterte en Internet, ni tampoco preguntarle rápido al chiquillo que está en la habitación peleándose con las mismas fórmulas que también nos robaban a nosotros tantos y tantos días de la bendita infancia. Reconoce que no te acuerdas, y que además no te han servido para nada en todos estos años. Ni la raíz cuadrada ni la trigonometría. La vida es otra cosa que no tiene nada que ver con las matemáticas. Pero cuando lo empiezas a ver claro ya no te quedan neuronas para resolver el entuerto.


CICLOTIMIAS

Le llamó Herodes Judas Caín a su primer hijo para amargarle la vida. Se llamaba Otelo y estaba seguro que el niño no era de él.

6 comentarios:

Treinta Abriles dijo...

El único exámen que suspendí en todo el colegio, fue el de raices cuadradas, con un 4. Eso me sirvió como cura de humildad, para, por primera vez, querer acostarme antes de que llegase mi padre, por la vergüenza que sentía y a quedarme las tardes sucesivas de seis a siete, en clase de repaso, con la profesora de matemáticas.

Al final, descubrí que los niños que se quedaban a esa hora, se divertían mucho más de lo que creía, pues, se enseñaba en un ambiente más relajado. Cuando aprobé el exámen, me seguí quedando muchos días por voluntad propia. A veces, la vida te da lecciones de lo más extrañas.

Anónimo dijo...

La lección, como bien dices, es siempre es extraña, tan extraña como la propia razón de ser de las raíces cuadradas, de los amaneceres o de nosotros mismos. He pedido que me suban tu blog a mis enlaces. Gracias por tus enriquecedoras visitas

Jaime dijo...

Mira que eres cruel, Santiago, hombre...jajaja. Pobres matemáticos, pobres seres a los que se les niega esa mundanalidad, como si con ellos no fuera la vida. Hay que buscarle un sentido a todo eso que nos rodea y que nos parece accesorio, creo yo.

Por eso me he inventado para ti esta cosa que te voy a dejar aquí, a ver si podemos quitarle a esta pobre gente esa imagen...

Buen día para ti y para todos. Ando atareadillo, así que te leo a trompicones, aunque he tenido tiempo para escribirte esta chorradilla, para reirnos un rato, si eso.

Matemática básica.

Eres el conjunto hermoso,
cerrado, compacto, pequeño,
donde asociar yo mis manos.

No. Eres la ecuación compleja
de incógnitas despejadas;
irracional bien quebrado
que calculo yo en mis brazos.

… ¡Y que conmuten la pena
que derivarán mis ojos
si huyeras por la tangente!.

Tú y yo nos sumamos uno,
y si te resto no hay nada,
multiplicaré mis besos
elevándolos al cubo
para integrar nuestros labios
en un punto de este plano
donde habite el infinito.

Y andar el radio del mundo
desde cualquier perspectiva
persiguiendo el sueño amable
de ser el número entero
-resultado aventurero
de tus raíces cuadradas-…

…y andar la espiral sin freno.

Anónimo dijo...

Magnífica poética matemática. Al final va a ser verdad que había utilidad práctica en los teoremas y en las fórmulas: generaban versos.

Treinta Abriles dijo...

¡Qué pasada de poesía!

¡Qué bonito mezclar conceptos matemáticos con la poesía de esta manera tan original!

Pero he de decir, como ingeniera, hoy arrepentida, que la técnica embrutece... ¡Mucho cuídado! Ingenieros, matemáticos, arquitectos...¡snif! snif!...

Gracias a ti, Santiago.

Juanjo dijo...

Yo estoy de acuerdo contigo, Santiago. No sé si este dúo, extinto ya, formara parte de tus gustos musicales, pero allá por el 99 ó 2000, al oír esta canción, pensé lo mismo: que para algo servían, al fin, algunas operaciones matemáticas.

http://es.youtube.com/watch?v=VP5NC0D-skQ