1 de octubre de 2008

La soledad



La llevo viendo hace varias semanas. Día tras día me la encuentro sentada en un banco con la mirada perdida. Siempre lleva la misma ropa y siempre está igual de triste y de ensimismada. Nadie sabe cómo ha llegado hasta aquí, ni de dónde viene, ni dónde ha pasado la última noche, en qué portal, debajo de qué puente o en qué calle atiborrada de coches silenciosos. Uno se imagina un mal de amores, una fuerte depresión o el acercamiento a las drogas. Pero nadie se acerca a ella para preguntarle por su vida y por las causas que la han terminado arrastrando por el escotillón de la marginalidad.

Sigue ahí, cada mañana, levantando ligeramente la mirada cuando pasas a su lado, pero siempre silenciosa y abstraída, como habitando otros mundos alejados de este mundo de bocinazos, prisas y carreras alocadas. Cada vez hay más, y nosotros, que algún día podríamos llegar a ser cualquiera de ellos, nos acercamos cada vez menos. Nos han enseñado a seguir adelante sin mirar atrás o a los lados. No nos dejan detenernos, y si no paramos ellos no tienen ninguna posibilidad de salir adelante. Les falta la mano amiga o la institución que ofrezca alguna esperanza, una mínima esperanza, algún atisbo que les permita salir de la calle y del aislamiento al que los sometemos a diario. Detrás de cada uno de ellos hay una historia. Nadie nace yonqui, o borracho, o mendigo desnortado que termina hablando solo por las calles. Hay un largo camino de mal fario, poca suerte o falta de ilusiones. Los canarios nunca hemos sido arrolladores ni trepas sin escrúpulos. No nos han ido las carreras alocadas y el mirar para otro lado cuando alguien sufre o está extraviado en la calle. Yo me acerqué y ella me pidió dos euros. Le dije que no llevaba nada suelto, pero ambos notamos que se había roto ese silencio condenatorio con el que maltratamos a los que se van quedando atrás. A los dos días me la tropecé de nuevo y le di los dos euros sin que me los pidiera. No le pregunté para qué los quería. No tenía pinta de estar metida en la droga o de beber hasta caerse en los abrevaderos abyectos de la madrugada. No sé cómo se llama, ni de dónde viene, ni cuáles son sus sueños. No tiene pinta de querer hablar con nadie. Sólo te mira y te atraviesa con unos ojos tristes que llevan una pena lejana. Está sola, completamente sola. Otros también andan solos en sus casas, en mitad de los centros comerciales o en las plazas atestadas de familias con niños los domingos por la mañana. No pido milagros, pero sí quería recordarles que existen y que están al lado de todos ustedes. Sólo hace falta abrir los ojos para verlos. La mayoría de ellos se conformaría con un par de palabras.


CICLOTIMIAS

Las polillas que ahora matas despreocupadamente y sin esfuerzo serán las que acaben devorando la madera de todos tus sueños.

3 comentarios:

Jaime dijo...

Creo que todos estamos un poco solos, sí, y no sólo esas personas que vemos donde esa unicidad es más que evidente, porque parecen icebergs de esos naufragando en fríos lejanos. Lo que ocurre es que nosotros, los que acabamos rodeados, en algún momento, por alguien, los que presumimos, en cierta medida, de compañías, nos hemos hecho buenos disimuladores, pero la soledad por dentro, esa que no se cura abriendo los ojos, esa siempre está ahí. Y esa duele. Y esa tan dolorosa es la que se les rebosa a esta gente sentada en los bordillos de las aceras, es la que les viste en realidad a esos que mueren en un coche abandonado. Por eso, tal vez, en ocasiones, nos sentimos agredidos al tropezárnosla. Porque nos enseña lo vulnerables y desvalidos que somos y estamos cuando nos desvestimos de las mentiras que nos hemos ido tejiendo con los años.

¡Qué barbaridad!, ¿no?.

En fin, te dejo una especie de poema que escribí un día estando solo.

Un hámster.

Se me acaban las ganas
de respirar mañana,
¿no ves mis manos muertas?
¿Acaso esta duda
que apaga la llama,
como una manta vieja
que sofoca un incendio,
es tan solo una excusa
que invento aterrado
por dejar la careta
que me calzara un día
para ocultar las lluvias
de este infinito invierno?

Me vestiré deprisa
frente al telón de espejos
otra mañana sorda
con mi disfraz de idiota
para que el mundo gire
con el andar cansino
de la monotonía.

Anónimo dijo...

Joder, Jaime, qué maravilla de poema. Gracias por enseñar esta joyas en el Blog. Un abrazo.

Jaime dijo...

Se hace lo que se puée, que decimos por aquí, jajaja, pero te agradezco el halago. Yo sigo prefiriendo los tuyos, que soy yo muy renegador de lo que escribo. O escribía, que ando de sequía ahora mismo. A ver si voy cogiéndole el tranquillo otra vez a esto.