30 de octubre de 2008

Las cartas del tarot

Hoy te estás dando cuenta de lo poco que vales. Vas por la calle tranquilamente y cuando menos te lo esperas te quedas parado en medio de la gente como esperando a que alguien te reconozca y diga tu nombre para saber que efectivamente existes y que no eres sólo un bípedo anónimo que camina por cualquier ciudad del mundo: aunque pongamos que en tu caso caminas por Madrid y que tienes cuarenta y dos años, un puesto de trabajo más o menos estable y un apartamento alquilado en Chamberí.

Sigues caminando. Es domingo y pensabas acercarte al Rastro, y luego quedar con unos amigos para tomarte unas cañas y hablar de lo mal que va el país y del futuro que les espera a los que tienen hijos. Tú no tienes hijos. La compañera con la que viviste casi seis años tuvo dos abortos espontáneos antes de cumplir los dos primeros meses de embarazo. Por eso no te gusta mucho que hablen de sus hijos: de haber nacido tendrían la misma edad que los de ellos y seguro que tú también estarías preocupado por su futuro.

Nadie te reconoce entre los ríos de gente que se dirigen a Cascorro; por más que te paras y rebuscas entre la multitud dominguera no encuentras a nadie que te libere de la tremenda soledad que sientes esta mañana fría de invierno en que no sabes por qué diablos caminas precisamente por Madrid y no por cualquier otra ciudad del mundo. Te dejas llevar por las pendientes del Rastro y haces como que miras con interés objetos que, a fuerza de verlos cientos de veces, ya casi conoces de memoria. Siempre terminas comprando alguna cosa que llene tu soledad y la de tu apartamento y que de paso justifique la visita obligada de todos los domingos. Protegido por los objetos que llevas en las bolsas te acercas al bar donde paran tus amigos, y estás allí hasta que todos se van yendo a sus casas o a las casas de sus suegras a celebrar con un almuerzo pantagruélico el día del Señor. Tú a veces almuerzas en casa y aprovechas para dejar el macetero o el espejo que te acabas de comprar, aunque casi siempre te comes un menú barato en cualquier bar del Centro. Luego acabas en el Retiro dejándote llevar hasta que pase la tarde y empiece a atardecer. Te dices a ti mismo que no eres como esos viejos que se sientan siempre solos en los bancos escuchando el Carrusel Deportivo con el transistor pegado a la oreja. Tú no eres viejo, pero estás tan solo como ellos. Hace frío, y cuando hace frío y atardece pronto la soledad del domingo se hace aún más insoportable. A veces vas al cine a última hora de la tarde, pero la gente no hace más que hablar y comer palomitas, y a ti te molesta que hablen y que hagan ruido cuando estás concentrado en una historia que te gusta.

Alguna vez, casi más por hablar con alguien que por otra cosa, te has acercado a que te lean el futuro en las cartas del tarot, aunque luego te arrepientes y maldices tu impulsividad cuando te ves como un monstruo de feria observado descaradamente por la mayor parte de los que caminan por el Paseo del Estanque. No te dicen nada claro, entre otras cosas porque ya te conocen y saben que no te pueden engañar así como así. Te verán otra vez el próximo domingo, y por eso sólo se limitan a decirte que tendrás buena salud y que los hados te serán favorables, pero siempre te repiten que dependerá mucho de lo que pongas de tu parte. Ellos, mejor que nadie, saben que no tienes futuro, y si no fuera porque no quieren renunciar al dinero que les dejas cada mes con tus dudas existenciales te lo dirían directamente a la cara.


1 comentario:

Anónimo dijo...

Es una pena, pero es cierto. Madrid, termina siendo para mucha gente, una ciudad fantasma, que te hace sentir inmensamente sólo...

http://www.amigosdelcarpio.org/content/view/33/27/

Beatriz