8 de octubre de 2008

Los perros






He leído muchos libros y muchos periódicos, he viajado y visitado museos, he visto cientos de películas, he mantenido conversaciones con viejos, con jóvenes y con sabios. He estado muchas horas buscando respuestas en el mar. He amado. He aprendido lo efímero de nuestra condición humana en todas esas muertes cercanas que te desgarran por dentro y que te dejan con una sombra triste en la mirada para siempre. He escrito novelas tratando de desentrañar el mundo. He tratado de vivir atento a la naturaleza y a todo lo que de ella podemos aprender a diario. Pero de pocas cosas he aprendido tanto en mi paso por el planeta como de mi perra Gilda. Lo saben los que la conocieron y los que me conocen.

No sólo era su mirada y el fondo atávico en el que nos reconocíamos igual de vulnerables y de desorientados en nuestra propia existencia. Aprendí sobre todo la lealtad y el amor sin condiciones hacia quien te quiere, te cuida y te necesita. Fueron doce años de una aventura diaria irrepetible y maravillosa que uno endulza ahora con los recuerdos y con todos los buenos momentos que compartimos. Pero tenía que escribir estas líneas. Se las debía a Gilda y a todos los que siguen luchando por el respeto a los animales y por su integración en nuestra vida diaria sin trabas estúpidas y lamentablemente burocráticas. Iba con ella por Triana o por el Paseo de Las Canteras y nos paraba un policía municipal amenazándonos con una multa. Le explicabas que era más seguro pasear por ahí que por las aceras de las calles adyacentes. Le enseñabas el bozal, la bolsa para recoger sus deposiciones y casi te daban ganas de decirle que le mirara fijamente a los ojos a ver si veía algún atisbo de maldad o de amenaza. No había manera. Se acogía a la normativa municipal y me obligaba a salir de las calles peatonales. Uno trataba de explicarle lo que había visto en Viena, en Berlín o en Amsterdam, con perros tratados casi como reyes en las calles, en los parques o en el transporte público. Pero debe ser que estamos todavía a años luz de Viena o de Berlín. Bueno, casi es lógico que esto sea así en un país que sigue sacando toreros en todas las portadas de los grandes periódicos nacionales y en todos los telediarios. Nos queda mucho por aprender todavía. De momento, la primera batalla que se ha de ganar es la que reivindican los vecinos de la zona de Las Canteras para que sus perros puedan disfrutar, con responsabilidad y tomando todas las medidas necesarias, del paseo peatonal capitalino. Yo jamás podré hacerlo con Gilda. Por eso digo que le debía estas líneas. La lealtad que aprendí de ella me lleva a defender hasta donde pueda el trato digno a los animales. Seamos por una vez civilizados y aprendamos a convivir con lo que realmente nos engrandece.



CICLOTIMIAS

No vale irse de casa cuando ya esté en ruinas. Lo heroico es partir cuando se puede perder todo en el intento.

2 comentarios:

Jaime dijo...

Bueno, llevo a nuestro Otto con los ojillos de “¿vamos a salir a pasear o qué?” como fotografía en el perfil que he creado para leerte y contestarte, así que poco puedo añadir que no hayas dicho ya tú. Me perdí a Gilda, creo recordar, pero me han hablado tanto de ella ustedes, que es como si hubiera formado parte de mi vida también, por todas esas anécdotas que les he escuchado sobre ella, y por el cariño que siempre está presente cuando lo hacen.

Nuestro Otto lleva un tiempo pachucho, y no acabamos de dar con el mal que le está dejando en el chasis, pero seguimos empeñados en engordarle y que sea feliz. Le hemos malcriado hasta el delirio, como buenos padres primerizos que somos, pero es el muchacho más noble y cariñoso que hemos conocido. Nos regala cada día un sinfín de besos y achuchones y risas y fiestas y carreras y ahogos, y nos lleva en volandas por las calles cuando nos convence de que un paseo es muy sano para la musculatura, arrastrados, literalmente por sus carreras, como en una comedia disparatada. Habría que educarle, nos dicen, pero después pone una de esas caritas, sentado, esperando la caricia y el juego, y siempre, siempre se nos olvida. Es el rey de la casa.

Otro abrazo.
Y un lametón cariñoso, de Otto para Gilda, dondequiera que esté ahora.

Anónimo dijo...

Cuida a Otto. Verás que mejora. Gilda también les manda un buen lametón. Sigue aquí junto a nosotros. No creo que se marche nunca. Tú bien sabes que la lealtad es la virtud más grande que nos regalan estos seres queridos. Otro abrazo, Santiago