14 de octubre de 2008

Pompas

A lo mejor lo único que hemos hecho en la vida es perseguir aquella pompa de jabón que se nos perdió en los cielos lejanos de la infancia. Había muchas, pero uno quería que cada una de ellas durara para siempre y que no acabara desapareciendo ante nuestros ojos atónitos. Unas veces llorábamos y otras nos echábamos a correr por las calles o los campos tratando de darles alcance. Siempre perdíamos. Había otras, pero nunca eran las mismas. Las que se nos escapaban eran las más añoradas, y si seguíamos soplando era por mantener la esperanza de que volvieran. Sólo por eso nos empeñábamos en llenar los celajes de esféricas y volátiles burbujas luminosas.

Lo que parecía un juego nos estaba enseñando más filosofía de la vida que el mejor tratado metafísico que pueda caer en nuestras manos. La pompa era nuestra propia existencia que se escapa presurosa a cada instante, tan inasible como luego la hemos ido encontrando con los años, y también tan etérea y tan frágil que a uno le parece mentira que no se rompa. Lo que sucede es que, al igual que aquellas pompas de jabón de los benditos domingos de la infancia, lo que parece hueco está lleno de magia. Nos llenamos de emociones y de esperanzas para tratar de seguir bailando en el aire, y sobrevivimos a las otras pompas que desaparecen para siempre ante nuestros ojos con la misma impotencia que cuando éramos niños. También tratamos de mantenernos a salvo de los fuertes vientos agarrándonos a la mirada tranquilizadora de quienes nos quieren y cuentan con nosotros. Seguro que de niños ya atisbábamos algo de todo esto que ahora vemos claramente. Soplábamos y nos emocionábamos tanto con las pompas de jabón porque sabíamos que era la única manera de no terminar con los sueños.

Como entonces, hoy te quedas igual de perplejo cuando una pompa querida y cercana desaparece para siempre. También recuerdas que cuando éramos niños y lográbamos rescatarlas se volvían agua y espuma entre nuestros dedos. Ahora, cuando alguna vez mueren e intentamos salvarlas del olvido, sólo nos quedan lágrimas que nos humedecen los mismos ojos y las mismas manos. Y finalmente, como también sucedía en nuestra infancia, lo único que nos acaba consolando es la belleza de cuando todavía volaban y vestían nuestros cielos de magia y de colores luminosos. Una vida. Una pompa de jabón. Un hermoso e intangible sueño que se queda iluminando para siempre nuestro recuerdo más cómplice y más necesario.


CICLOTIMIAS

Hay espejos que saben de ti mucho más de lo que te imaginas. Siempre quedarás inconcluso si no cuentas también con ellos para recordarte.

3 comentarios:

Jaime dijo...

Hoy me has dejado mudo, Santiago, con esa metáfora tan preciosa que has inventado. No sabría qué añadir o por qué matiz deslizar alguna idea que me haya venido a la cabeza, porque lo has descrito con tanta habilidad que sólo queda esa maravillosa imagen de la pompa de jabón como una vida entera, como todas esas vidas que inventamos nosotros y que vuelan, y que las dirigimos con nuestros respirares, y que vigilamos atentamente, y que aireamos para que no caigan en algún olvido, o que perdemos entre los dedos cuando ya no queda remedio.

Precioso, sí, este texto. Te felicito, de verdad, porque es de esos que duelen. Y eso está bien, a pesar de ser así.

Un abrazo para ti y para esa gente tuya que es también un poco mía.

Jaime.

Anónimo dijo...

Gracias, Jaime, este texto fue lo primero que salió tras la partida de Gilda. Ella era, sin duda, la pompa más hermosa. Un abrazo.

Treinta Abriles dijo...

Yo he recordado una de las leyendas de Becquer con las que siempre me he identificado más: "El Rayo de Luna".


-¡No! ¡No! -exclamó el joven incorporándose colérico en su sitial-; no quiero nada... es decir, sí quiero... quiero que me dejéis solo... Cantigas... mujeres... glorias... felicidad... mentiras todo, fantasmas vanos que formamos en nuestra imaginación y vestimos a nuestro antojo, y los amamos y corremos tras ellos, ¿para qué?, ¿para qué?, para encontrar un rayo de luna.