10 de octubre de 2008

Ruidos

No voy a escribir de los trinos festivos de los pájaros ni de la música de Bach. Tampoco de los cantos de una parranda, de los bandoneones que desgranan tangos o de un guitarreo rockero de Jimi Hendrix. El ruido es otra cosa, y además nunca lo elegimos nosotros. Hablo de la moto que a las cuatro de la madrugada pasa bajo tu ventana haciendo temblar la casa, o del machango que está empeñado en ponernos a toda pastilla en su coche la música que le devuelve directamente a la selva.

Si vas al cine, lo más probable es que te toque cerca algún pesado que no para de retransmitir la película o de sacar paquetes de cualquier cosa supuestamente comestible. En la guagua ya casi todo el mundo va hablando por el móvil, siempre y cuando no te toque un conductor con gusto por las rancheras o por las pachangas de verbena. En ese caso no hay conversación que se salve, ni tampoco libro o periódico que aguante los decibelios. Se entiende que pagamos para viajar, y, si nos dejan, para disfrutar del paisaje, pero últimamente estamos confundiendo los conceptos y lo mismo te toca un discjockey en una guagua que un orador impenitente en el cine o en el teatro. Los conciertos, sobre todo los de música clásica, son caso aparte. Yo a veces no sé si la gente va a toser o a escuchar un pizzicato de violín. Fue sonada, recuerdo, la parada en seco del director Christian Thielemann en el Festival de Música de Canarias de hace dos años. El hombre notaba cómo cada quince segundos se le colaban toses que no reconocía en las partituras, y, claro, lo que se estaba escuchando sonaba a rayos. Y no es que con esto esté diciendo que la gente se asfixie, pero, hombre, siempre se puede llevar un caramelito en el bolsillo. Lo que no es de ley es que también acabemos matando a Chopin y a Mozart con nuestros desplantes y nuestras malas costumbres.

Ya, ya sé que soy un poco maniático del ruido, lo reconozco, pero estarán conmigo en que estamos dejando que los ruidosos hagan lo que les dé la real gana. No vamos a cargarnos los coches o las motos, pero creo que sí debemos exigir que su utilización no conlleve un ataque a nuestro descanso. O igual lo que pasa es que estamos intentando no escucharnos por miedo a reconocernos. Pero, claro, sin escucharnos es imposible que aprendamos nada de nosotros; lo mismo que sin el silencio tampoco podremos acercarnos a los libros, a la buena música o a la naturaleza. El ruido sólo contribuye a que estemos cada día más agresivos y más embrutecidos. Y no es que pida que regresemos a la noche de los tiempos, pero sí sería todo un detalle por nuestra parte mantener a salvo la armonía que, entre largos y sabios silencios, todavía transmiten algunos de nuestros abuelos.

CICLOTIMIAS

No busques fuera. Todos los extravíos acontecen en tu propio laberinto.

6 comentarios:

Anónimo dijo...

Y el problema del ruido es que no escuchamos hacia dentro ni tampoco lo que realmemte vale la pena hacia afuera. Estoy contigo en esa crítica a este mundo de locos que estamos viviendo.

Anónimo dijo...

Está bien Santiago, pero no te nos vuelvas tan paranoico y tan neurasténico. Nos quedamos más con tu vena tierna.

Treinta Abriles dijo...

Me encanta tu comentario lleno de ironía.

Te comprendo perfectamente...

Anónimo dijo...

Bienvenida María, trato de ser tierno, poético y sentimental, pero te aseguro que si mi vecino saca el taladro hoy sábado para matar el aburrimiento me pongo de los nervios y pierdo todo el sentido del lirismo. Habrá algunas de cal y algunas de arena en este blog. No olvides que visitas a un ciclotímico contradictorio y coñazo, y para colmo un Aries con ascendente Libra, con impulsos y dudas cada segundo. Gracias Luisa por entender lo que traté de decir. Bienvenida, Treinta abriles: he entrado en tu blog (lo pueden hacer pinchando en el azul de su nombre) y me ha gustado mucho. Me reconozco en muchos de tus gustos literarios y cinematográficos. Yo también soy un devoto de Cinema Paradiso, un nostálgico empedernido. También coincidimos en Señora de rojo sobre fondo gris, un bello libro tristemente desaparecido de los anaqueles de las librerías. Un fuerte abrazo para las tres, Santiago

Jaime dijo...

Lo cierto es, Santiago, que hay determinados ruidos que logran que los más bajos instintos broten de entre los matorrales de la supuesta tranquilidad con que nos adornamos. Porque los ruidos de ambiente, quienes vivimos en plena ciudad, pueden llegar a formar parte de lo habitual y normalizarlos, en cierta manera, para que nos pasen más o menos desapercibidos. Pero hay otro tipo de ruidos que no. Y como ejemplo te dejo esta carta que redacté el otro día, y que a punto estuve de colgar en el tablón de anuncios de mi comunidad de vecinos. Gracias a que tengo familia hábil con las cuerdas y aún andan mis manos atadas a la silla con unos auriculares de esos acolchaditos con los que no escucho casi ni mi respiración. El paraíso hecho silencio, más o menos...

La carta:

Carta a mi vecino.

Estimado vecino de arriba:

Hoy eran las siete de la mañana, las siete, sí, esa hora en la que los despertadores no saben aún ni que existen, cuando se levantó usted, como un resorte y se fue al cuarto donde debe andar fabricando un arca. Como Noé. Un trabajo loable y muy entretenido, al parecer, que le lleva todo el día con su martillo, sus tornillos, su lijadora, su serrucho y algún otro instrumento que no llegan a interpretar mis martirizados oídos. Debe estar quedándole precioso, como los coches tuneados de los jovenzuelos, aunque creo que ellos lo suelen hacer en un taller, que es ese lugar que tiene una autorización del ayuntamiento pertinente para no molestar al resto del vecindario.

No quisiera yo estar estudiando, o leyendo, o viendo la tele, cuando comiencen a llegar los animales, aunque por los ruidos que tengo que soportar cada día y a cualquier hora (es usted constante, eso no se lo niego, no, y voluntarioso, sí), cualquiera diría que su casa está llena de cabras, hipopótamos, vacas, monos, cebras, avestruces, y hasta alguna serpiente de lengua tenebrosa, no por sucia, no, sino por mentirosa y engañosa.

Se preguntará usted por qué dejo esta nota aquí, a la vista de todo el vecindario. Es para que pida usted ayuda para la traducción, porque veo que el castellano es un problema importante, o que no tiene tiempo para el diccionario con tanto martilleo sobre mi cabeza, con tanto tornillito del demonio rebotando sobre mi cabeza, con tanta “lijazón” sobre mi cabeza, con tanto serruchazo sobre mi cabeza. Le repito lo de mi cabeza porque es, efectivamente, lo que tiene usted debajo de sus pies. Y debajo de mi cabeza hay una persona, que vive ahí abajo, o que lo intenta desesperadamente, soñando con el día en que el segundo diluvio universal haga salir su nave por el balcón y, a ser posible, se lleve consigo a usted con su martillo y demás artilugios y al resto de animales que habitaran, si hubieran llegado a tiempo, en su casa.

¡Que llueva, que llueva, la virgen de la Cueva!

Ese es mi ruego, señor, mi rezo antes de acostarme y al levantarme. Y unos topes de goma para sus sillas, a ser posible, también, que se arrastran por la casa como fantasmas, y yo no gano lo suficiente para tranquilizantes, más que nada porque es imposible que yo consiga hacer mi trabajo, que requiere de un mínimo de concentración y así es imposible. Ya, ya sé que podría yo ponerme unos tapones para no escucharle. Pero yo casi preferiría que le amanecieran las manos cortadas, por pensar que la justicia existe, y luego, si le hiciera mucha ilusión, me compraría los tapones, y yo mismo se los pegaría a las patas de sus sillas.

Y así usted estaría en su casita, tranquilito, y yo, por fin, trabajando, y soñando con que no tome usted como nuevo hobby los bailes de salón y se compre unos tacones con los que regodearse por todo el pasillo, como un Fred Astaire cualquiera y que consiga usted que me ingresen, por fin, en un psiquiátrico.

No sé a qué se refería usted el otro día, cuando subí a su casa a decirle que es imposible vivir así, con usted arriba, y me dijo que “uy, sí, tiene usted razón, no volverá a suceder, me la llevaré para el campo, la manualidad”. O tiene usted una memoria muy frágil o lo que pretende usted es tomarme el pelo. Ya le adelanto que me queda poco, porque me paso el día tirándome de él, por no subir a ayudarle a construir su arca de los cojones y lanzarle por la ventana al mar, a ver si naufraga usted lejos y se le hace imposible volver a recuperar su martillo, o sí, que vuelva a recuperarlo para que construya dentro de su arca una nave voladora para el fin del mundo y que una sirenita suba y le arree un buen guantazo con su enorme cola de escamas. Y que yo lo vea, que, a falta de concentración para poder trabajar, al menos me quede un ápice de entretenimiento viéndole correr delante de la sirenita por la cubierta del arca de Noé.

Sepa usted que me tiene hasta las narices y que no pienso volver a subir a su casa a rogarle que no martillee usted mis tímpanos. A cambio, y gracias a este estado nervioso que me provoca, me he vuelto insomne, y lo mismo a las dos que a las tres o a las cuatro de la mañana estoy despierto, mirando al techo, esperando a su martillo, y si no lo encuentro, es posible que suba a su casa a tocarle el timbre en una sinfonía desenfrenada o a golpear su puerta con ese tintineo desquiciante que ya lleva grabado mi cerebro, reproduciéndoselo gratis a cualquier hora, y así poder yo descansar, por necesitar ya, como una droga, ese ruidito endemoniado, y que compartamos esta adicción, ya que somos tan buenos vecinos.

Clon, clon, clon.

Firmado: su vecino de abajo.

Anónimo dijo...

Te entiendo. Yo en tu lugar estaría peor. Lo he pasado. Por eso me mudé a un último piso hace más de dos años, pero te puedes creer que así y todo están los del taladro y el martillo del fin de semana fastiando de vez en cuando desde cualquier piso. Atacan por todas partes, y encima la gente está cada día más cabrona, y sí es verdad que hay quien se entretiene jodiendo a otras personas. Uno, por no caer en la paranoia, se niega a creer que hay gente que se lo pasa de maravilla sacando de las casillas y haciendo daño a los demás, pero no tienes más que ver los telediarios para saber cómo va el mundo. No dejes que te robe más segundos de existencia. Verás como pronto se va a otra parte (descríbemelo no sea que acabe cayendo por Santa Brígida) o que tú te mudas a vivir a un paraíso de silencio y tranquilidad. Un abrazo.