2 de octubre de 2008

Sonidos


Suele tener razón el poeta cuando dice que sólo se canta lo que se pierde, pero también nos valen los reencuentros de los sonidos olvidados para retomar historias que fuimos dejando en los márgenes de nuestra propia biografía. Vale tanto lo sublime como lo pueril, lo casual y lo pactado, y también todo lo que nos coloque sobre la marcha en el mismo lugar en el que estábamos escuchando la misma canción, el mismo canto del pájaro mañanero o el sonido de un océano que siempre es y no es el mismo. Lo que se escucha tiene un poder evocador que nos permite recuperar de vez en cuando algunas de las muchas vivencias que vamos olvidando para poder seguir viviendo. Y cada nuevo día que vivimos nos regala sonidos que, la mayoría de las veces, ni siquiera nos enteramos que estamos escuchando. Sólo mucho tiempo después, al redescubrirlos o al recordarlos, los acabaremos reconociendo. Y entonces vendrán con ellos las caras, los paisajes y hasta los estados de ánimo de los muchos días que fuimos viviendo sin ser conscientes de que lo estábamos haciendo.

Puede ser el sonido de los goles que salen de una radio el domingo por la tarde. Cada uno de esos goles que hoy pueden marcar Jorge Larena o el Kun Agüero nos llevarán a los tantos lejanos de Morete o de Gárate, e incluso harán un viaje aún más largo hasta los épicos goles que nunca vimos de Silva o de Mujica. Y en cada uno de esos pitidos que preceden al gol irán apareciendo los domingos de la infancia, los amigos que no vemos hace años y hasta algún primer amor que nunca entendía tanta pasión futbolera. Ya digo que partimos de lo sublime o de lo trivial. No tiene reglas el recuerdo, y lo mismo te hace viajar con Chopin que con la banda de Agaete.
Hay sonidos que nos ponen en situación inmediatamente, y casi todos ellos, por lo menos para la gente de mi generación, venían de la radio o de aquella televisión que nos colocaba a todos las mismas vivencias desde un solo canal. Muchos de ustedes seguro que viajarán conmigo si les invito a recordar la sintonía de La Ronda o del Loco de la colina, o las que aún se repiten de Tenderete o de Informe Semanal. Y no les digo nada si nos acercamos a la cantinela en pesetas de los niños de San Ildefonso, o a cualquiera de los anuncios navideños del Almendro o de aquellas muñecas de Famosa que se dirigían al portal la noche antes de que se cumplieran muchos de nuestros sueños. Y todo este panegírico del sonido viene tras el reencuentro de los partidos radiados y la fiesta de goles, anuncios de bebidas espirituosas y comentarios de actuaciones arbitrales. Somos así de previsibles. Pero no podemos olvidar que todos esos pecios que están hundidos en el océano de nuestros propios recuerdos sólo esperan una canción, un olor o unas cuantas palabras para volver a salir a flote. Da lo mismo que luego sea todo mentira.




CICLOTIMIAS

Los pies fríos a esta hora de la tarde nos avisan de que ya llegó el otoño.

4 comentarios:

Rayco Cruz dijo...

Los recuerdos son como las mareas del Pino, deliciosamente impredecibles...Un saludo!!

Anónimo dijo...

Tienes toda la razón, Rayco. Por eso nadie es capaz de separarnos de las orillas. Es donde único sabemos que todavía son posibles los milagros. De niño me enseñaron en el Puerto de Las Nieves de Agaete que el mar, más tarde o más temprano, lo devuelve todo a la orilla. Un abrazo.

Jaime dijo...

Qué raro. No encuentro entre los sonidos de mis recuerdos esas historias de fútbol. Será porque yo nunca he sido futbolero, ni de pequeño, ni de mediano, ni ya de mayor.

Sí recuerdo sonidos con palabras en los juegos (¡undostres caravana es! y cosas así) o en las sintonías de las primeras series de televisión que viera de niño (Starsky y Hutch, los hombres de Harrelson) y las canciones de los dibujos animados (éstas casi mejor que me las guarde, que no es plan de echarnos la llorera hoy por aquí…).

Me vienen sonidos de personas, casi siempre, o de objetos que asocio a personas. Como el motor del coche acelerado por mi padre cuando subía la cuesta que llevaba a casa. Dos pasos rápidos y a la ventana, a verle llegar. O el de la tiza blanca arañando la pizarra verde de un colegio para olvidar. Los pelos aún se me ponen de punta. O el de los rotuladores negros y rojos, al acabar la tinta, sobre una pizarra metálica blanca. La misma carne de gallina. La misma sensación idiota de andar rodeado de extraños, derivados, como en una patera improvisada, a un paraíso al que sólo llegarían los más fuertes.

O el de las piedrecillas de hielo en un cubata. Ese sí, ese me encanta, ese es un sonido mágico, es un sonido asociado a la risa, a la diversión, a la gente, a la familia, a la pareja, a la fiesta, a la vida.

Dios, soy un poeta borracho escribiendo una alegoría al cubata. Esto va a ser por repoblar París con Rimbaud esta tarde, cuánto ruido, cuánta orgía (de palabras), cuánta ebriedad de versos Rimbaud-bantes. Y lo que se disfruta con ellos, también, ya ves…

Mejor leerte a ti, que me traes buenos recuerdos, aunque sean de la niñez.

Un abrazo grande. Me va gustando este lugar tuyo, Santiago. A ver si me voy adaptando y me dejo de divagar. Estoy algo falto de práctica, espero que lo entiendas.

Anónimo dijo...

No dejes de divagar. Es un lujo leerte divagando. Otro abrazo.