5 de noviembre de 2008

El asesino de poetas

El asesino de poetas actúa por libre y no cobra nada por los distintos encargos que va realizando por todo el mundo. Para evitar ser descubierto combina la muerte de poetas consagrados con la de aquéllos que se quedan en los bares o a las puertas de la locura. También va cambiando el modus operandi.

Algunos poetas lloran y otros se quedan mirándole a los ojos, como agradecidos de que por fin les libere de la prosaica existencia que se ven obligados a llevar para no acabar durmiendo a la intemperie. Sus padres, sus abuelos y sus bisabuelos también habían sido asesinos de poetas. No sabía si también sus ancestros más lejanos se habían dado a ese lírico vicio, aunque es probable que sí. Él lo tenía claro: “igual que se nace poeta se nace asesino de poetas”.

Nunca se planteó buscarle razones a la matanza indiscriminada de vates sensibles que escribían casi siempre por inspiración. Mataba por instinto, por necesidad, como siguiendo designios superiores. Tenía claro que gracias a sus trabajos la poesía no terminaba de morir del todo. Prefería que los poetas fallecieran jóvenes y llenos de pasión y ditirambos, y no cuando sólo se dedican a teorizar sobre metafísicas extrañas o sobre el paso del tiempo.

Él pensaba que con los poetas pasaba como con los canguros en Australia, que si no se quitan unos cuantos cada año acabarían por romper la convivencia y el ecosistema. También lo hace para que se renueven y no se dediquen a poner zancadillas a los que vienen por detrás. No tenía conflictos morales y casi veía su dedicación como un sacrificio necesario al servicio de los hombres y de la literatura. Son numerosos los asesinos de poetas que andan por el mundo. Casi ningún poeta muere de muerte natural. Eso es lo que se cuenta para no crear alarma social. A veces para disimular se habla de suicidios o de accidentes inesperados, pero es mentira. Los poetas mueren siempre asesinados por los asesinos de poetas. Así ha sido hasta ahora y así seguirá siendo por los siglos de los siglos.

3 comentarios:

Jaime dijo...

Jó, qué miedo. Menos mal que no soy poeta, y si lo fuera o furiese, sería tan malo que pasaría totalmente desapercibido.

Eso de que se matan los unos a los otros (como yo os he matado), sí que me suena de algo. Tal vez los asesinos de poetas sean también poetas, ellos mismos, o quieran serlo. Silenciar está de moda. Y en un mundo tan grande y tan diverso, el miedo a la palabra ajena, y la envidia de la palabra ajena, son moneda de curso natural.

Fíjate, si no, qué tontería se le ha ocurrido a un amigo tuyo, que no tenía otra cosa que escribir esta mañana. Deberían asesinarle, por lo menos. O darle un ducado. O un condado. O un marquesado. Para que calle...

Buenos días a todos.

Cásate tú, que a mí me da la risa…

Tú, que vives y reinas,
reina,
reina mía,
reina de esta morería.

Tú,
yogur amargo,
hiriente ruina,
vieja piedra entre las piedras
de un palacio de traiciones.

Tú,
reina de la hipocresía,
de la sonrisa inventada,
del cuento de hadas marchito,
de algún vasallo inocente.

Tú,
vieja harpía despechada,
con tus peras y manzanas
envenenadas,
que escribes con tus manazas
sortilegios y conjuras
desde el chaise longue y la almohada,
bruja, de perfil, malvada.

Tú…
nada, nada…

…que me prestes la carroza
con la que vuelas, cual buitre,
que yo me caso mañana
con mi príncipe encantado
y te tomo la palabra
de tu boca almibarada,
esa, sí,
esa palabra,
esa que dicen que es libre,
cuando nace de tus labios,
claro,
que los bufones,
¡qué corte!
que bailamos otros sones
somos sólo el decorado
de otra Corte,
¡huy, qué corte!
que, de las ostentaciones,
hace un arte casi a diario.

Sólo decirte, mi reina,
reina de mis morerías,
ponte muy linda esta noche
que esta es mi noche de bodas,
y mañana, en nuestra luna,
seremos republicanos.

Y tú una vasalla sola,
inmigrante y divorciada.
Como dios manda.

Editor dijo...

No tienes por qué preocuparte, Jaime. Ellos empiezan siempre por los poetastros y por los vates consagrados que no valen un duro. En tu caso, con tu poesía, contribuyes a que se serenen, se relajen y dejen de matar a diestro y siniestro. Últimamente andan seleccionando mucho a los que matan. Los buenos poetas quedan a salvo. Un abrazo.

Anónimo dijo...

Al mío lo mata la rutina, la técnica y la falta de tiempo...

¡Snif! ¡snif!

Treinta Abriles