3 de noviembre de 2008

El ente

Me dirijo a usted que no sé quién es pero que supongo que existe. Me está pasando cada vez más últimamente: cuando formulo cualquier reclamación me encuentro hablando seriamente con una máquina, incluso le lanzo improperios y hasta le amenazo con llevarla a los tribunales. Ella no se inmuta y repite siempre la misma cantinela sin alterarse. Cuelgas desesperado el teléfono, respiras hondo, te preparas una tila con pasiflora y marcas de nuevo para ver si tienes más suerte; pero no, ahí está otra vez la misma voz, con el mismo tono monótono y desagradable, diciéndome que marque extensiones sin aportar ninguna solución. Parece mentira, pero ya lo único que queremos es que nos escuchen y que nos contesten, nada más. Casi nos da igual que nos resuelvan los problemas. Los solitarios ya no encuentran interlocutores ni cuando llaman para que les arreglen el teléfono. Por eso, para escribir este artículo, me dirijo al vacío, que es donde supongo que se está cocinando todo últimamente.

Ese ente que no existe también tiene su corte celestial. Si molestas mucho y amenazas con saturar las líneas telefónicas a veces reaccionan y te contestan que estás siendo transferido. No sé ustedes, pero yo entonces me siento como una sonda espacial que llevan de un lado para otro. Y te transfieren al lugar que les da la gana. Te sale un tipo que no sabe ni dónde está Canarias y hace lo mismo que la máquina, sólo que éste ha memorizado o está leyendo una y otra vez el mismo papel. Tú le cuentas un problema y él te contesta lo que tiene preparado para que te aburras y desistas. No sé con quién tengo que hablar para que alguien hable conmigo. Hasta las propias administraciones te colocan una centralita para que marques la extensión correspondiente y te pierdas en un pandemónium de números y nombres raros. Ya ni siquiera se sale a ligar como antes. Cuando alguien chatea se supone que la otra persona existe, y que tú tienes que creerla cuando te dice que es clavadita a Kim Basinguer. Y qué otra cosa va a decir. Si yo quiero ligar por Internet lo normal es que diga que soy como Alain Dellon. Ya puestos no voy a compararme con Fernando Esteso o con el padre del portero de Aquí no hay quien viva.

Pero no sé por qué le cuento estas cosas. Nunca pensé, cuando de niño veía Los Ángeles de Charlie, que yo también iba a estar gobernado por una voz en off que no sé de dónde diablos sale. Entonces mi única preocupación era decidir cuál de las tres chicas era la más guapa, y una vez lo decidía me enamoraba secretamente de ella el resto de la semana. Nunca intenté llamarla por teléfono. Me bastaba con verla. Es lo mismo que le pido a usted. No para enamorarme, pero sí para saber que usted existe, que yo existo y que nosotros, en principio, seguimos existiendo.


CICLOTIMIAS

Ese niño que corre por la orilla detrás de las gaviotas es tu pasado que viene a invitarte al recuerdo.

3 comentarios:

Jaime dijo...

Si no fuera porque vemos a un montón de gente a diario, parecería que estamos solos en este mundo y que el resto son sólo máquinas con las que nos "comunicamos". Miras a la gente trabajar y les ves, enfrascados, mudos, casi siempre con una máquina cerca, con la que, vistos desde fuera, cualquiera pudiera imaginar que son nuestros únicos interlocutores válidos. Caminamos hablando con un móvil, nos sentamos frente al ordenador y son esos aparatos quienes conocen mejor nuestras palabras, nuestras formas de expresión. Acabarán hablando un día.
A mí me ha pasado hoy. Y si no, fíjense en esta casipoesía de hace un rato...

Buen día y buena semana para todos.

La competencia.

Mi grapadora me ha hablado.
No me pregunten el cómo.

Acariciaba, hace un rato,
yo, despistado, su lomo
y entre el ruido de los folios
que vomitó la impresora
escuché una vocecilla
que a duras penas decía:

“soy feliz cuando me rozas,
sí, tu calor me despierta,
si mis letras te enforozan,
yo me cansé de estar muerta”.

(Y al escribir “enforozan”
el corrector se hace el sueco
y extiende una alfombra roja,
para que pise la estrella
que nació en los labios grises
de mi triste grapadora,

que, para colmo, ¡es poetisa
y domina el diccionario!).

Treinta Abriles dijo...

A veces unas palabras de otro son suficiente para demostrar que no te has muerto, sin que nadie, ni tú mismo, se hubiese dado cuenta.

Editor dijo...

Todos necesitamos de las palabras para seguir sobreviviendo, incluso las máquinas, y hasta las grapadoras que están cada día más ociosas en la oficinas (ya salen grapadas las hojas desde la fotocopiadora, y quizá por eso te ha hablado, Jaime, porque está tan sola y tan acojonada como nosotros: nosotros nos podemos marchar a otra parte, pero dónde diablos puede ir una grapadora cuando la apartan y le quitan la utilidad: ya ella sabe lo que les pasó a las máquinas de escribir: no es digital, ni tiene lucecitas, ni hace fotos. Por eso te ha hablado. Yo en su caso estaría pegando gritos para que alguien me salvara cuanto antes. Y encima no son agraciadas "físicamente", algo jodido en un mundo tan "multimediático" como éste). Al principio, Treinta abriles, y ya lo dice hasta la biblia (y mira que uno es agnóstico a carta cabal) fue el verbo. Por eso dependemos tanto de las palabras para saber que estamos vivos. Pero a veces no nos bastan con nuestra propias palabras. También necesitamos el ánimo y la fuerza de las otras. Un fuerte abrazo para los dos.