7 de noviembre de 2008

María Magdalena

María Magdalena se llevaba acostando cada noche con tres o cuatro hombres desde hacía más de cuarenta años. Vivía en México Distrito Federal y desde que empezó a prostituirse su único sueño era ahorrar todos los pesos que pudiera para recorrer Europa como una reina. Soñaba con los grandes hoteles de París y Venecia, con los parques de Londres, con las ruinas de Grecia y con navegar el Danubio a su paso por Budapest escuchando música de violín y tomando un dulce Tokaj de moscateles áureos.

Le había costado muchos años conseguir el dinero. Primero quiso que sus dos hijas estudiaran en el extranjero y que tuvieran un gran futuro. Ahora las dos son economistas en Nueva York y no quieren saber nada de ella ni de México. La más pequeña le dijo en el último encuentro que lo último que haría en el mundo sería reconocer como madre a una puta. Hasta que acabaron la carrera y consiguieron buenos trabajos le escribían pidiéndole pesos y diciéndole siempre que la echaban de menos.

María Magdalena también soñaba que podría vivir alguna vez con ellas en Nueva York o en cualquier otra ciudad del mundo en la que no conociera los sadismos y los complejos sexuales de los hombres que se tropezaba por la calle. Fue una noche en el Ritz de la plaza Vêndome de París. No era Europa como la había soñado y además estaba gastándose los últimos pesos que le quedaban. Prefirió matarse cortándose las venas y tarareando boleros tristes de los tiempos en que todavía no la había dejado aquel cuate mal encarado, borracho y violento. La abandonó de la noche a la mañana con dos niñas que aún no habían cumplido los cuatro años. Estaba sola y recurrió a la prostitución para sacarlas adelante. Gracias a sus sueños europeos aguantaba cada noche los alientos aguardentosos y los insultos de unos clientes cada día más zafios y pendencieros. Pero no era Europa como la había imaginado cuando ellos eyaculaban contra su cara ausente y perdida en sueños imperiales y luminosos. Tampoco era París como ella pensaba. La realidad no compensaba tantos años de desprecios y humillaciones. Por eso se dejó morir.

5 comentarios:

Treinta Abriles dijo...

Es mejor no contar con la vida a largo plazo. Las cosas casi nunca salen como se habían soñado.

Mucho menos jugarte todo a una carta. Por muy romántico que suene.

Debemos tejer una red de relaciones: familia, amigos, pareja, aficiones... Para que podamos sostener la vida, porque, hay momentos que pesa demasiado.

Aunque, nunca debemos olvidar que, en el fondo, estamos solos.

Editor dijo...

Tienes toda la razón, pero no olvides que estamos solos entre muchas palabras. Un abrazo, Santiago

Jaime dijo...

Ya lo decía el poeta Saulo Torón aquello de

Siempre en el horizonte
la quimera anhelada...
Y el camino infinito, interminable
sin saber dónde acaba...


y es que, como bien dice Treinta Abriles, el largo plazo suele ser imprevisible. A veces, incluso, el muy, muy corto plazo se nos puede hacer añicos en un momentito de nada. Pero qué sería de nosotros sin esos sueños, sin esas hermosas quimeras que nos inventamos para alegrarnos la vida...

Buen día a todos y buen fin de semana, también.

Anónimo dijo...

Buen fin de semana.

http://www.youtube.com/watch?v=ApHHy5-M6RY&feature=related

Treinta Abriles

Editor dijo...

Muy bonita sigerencia, Treinta abriles. Efectivamente, Jaime, no seríamos nada sin la fuerza de la utopía o de los sueños que tenemos que creer que se cumplirán tarde o temprano. Y si no se cumplen se rehacen con otros diferentes y se sigue avanzando. Lo que no hay que perder nunca son las ganas de ser felices.