4 de diciembre de 2008

Café Manuela

He vuelto a las calles de Madrid en las que tantas veces caté el alcohol y la poesía. Iba con su hermana. Cuando los dos teníamos dieciocho años éramos inseparables. Él siempre fue mucho más osado y se acercó a la cocaína desde un primer momento. Le había perdido la pista estos últimos veinte años. Tremendamente gordo, empastillado y medio lelo. Su hermana dice que ya apenas conoce y que hasta se hace el pis encima. Se había pasado mucho durante varios años. Y no sólo con la cocaína. Su media sonrisa seguía siendo la de antes. También atisbé una lágrima de emoción en sus ojos. A mí me ha dejado lloroso y triste toda la tarde. Su hermana también repite todo el rato que es como un vegetal. Maldita Malasaña. Hace unos años los dos nos íbamos a comer el mundo. Y sus poemas eran siempre los mejores y los que más gustaban en el Café Manuela.

7 comentarios:

Treinta Abriles dijo...

Muchas veces se confunde el afán de reunir experiencias, con el de quemar tu propia vida.

Editor dijo...

Ya Rubén Darío advertía del fuego interor que todo lo arrasa si uno no es capaz de controlar, y de controlarse.

Treinta Abriles dijo...

A mí me parece que al "poeta de Café Manuela", no le perdió el fuego interior, si no, la curiosidad por lo prohibido y oscuro.

A veces también, el artista se vuelve demasiado melancólico, no sé si por "deformación profesional" buscando sentimientos que actúen como una musa descubriendo sus encantos, o es que, ser melancólico, te hace ser artista.

Caer en la droga después, solo es un paso muy pequeño.

Editor dijo...

Hay un poco de ambas cosas, pero el fuego interior, a ciertas edades, te convierte en un fórmula 1, y los bólidos de fórmula 1 suben con mucho peligro los puertos de montaña. La velocidad juega malas pasadas, pero eso lo empiezas a descubrir más tarde. Justamente la monotonía, la disciplina y el control de esas pasiones desatadas es lo que te suele llevar a la creación.

Treinta Abriles dijo...

Me ha gustado mucho tu comentario.

Juanjo dijo...

Me contó una vez don José de la Calle, para mí el mejor profesor que un estudiante de filología puede tener, que le preguntaron a Federico García Lorca: ¿Por qué escribes? Lorca respondió "Para que me quieran".

Hoy es evidente que para que te quieran tienes que ser público y comercial. Peeeeeeeeero, el cariño de las minorías es, sin duda, más sincero. Y siempre me va a quedar la duda de si Lorca necesitaba ese impulso desenfrenado de fanático, de autógrafos y en definitiva de no poder pasear tranquilamente por la calle o, por el contrario y cómo dices, el cariño de sus más allegados hacía que su faceta creativa nos haya deleitado con el pasar de los años.

Yo personalmente, en este momento de carencia, necesito la desesperación para escribir.

Editor dijo...

Fíjate que García Márquez también dice sienpre que escribe para que le quieran. Al final, como dice el adagio, todo lo que no es plagio es tradición.
También yo abogo por la inmensa minoría juanramoniana.