21 de diciembre de 2008

El juez

Aparcaba el coche lejos del trabajo para no encontrárselo. La última vez iba tan puesto que ni le había reconocido. Como un obseso fuera de sí le señalaba un aparcamiento libre al tiempo que se empeñaba en limpiarle el parabrisas. Le dio cien euros y se marchó a la otra punta de la ciudad para no encontrarlo. Se le hacía difícil pensar que aquel guiñapo por el que lo había dado todo era su hijo. Muchos días prefería coger un taxi y quedarse directamente en la puerta de su despacho. Lo habían intentado todo, con dinero y con cariño, con chantajes y con falsas ilusiones, todo. Sin embargo una y otra vez recaía y volvía de nuevo a las andadas de la heroína. Mientras él aplicaba las penas recogidas en el Código Penal, su hijo estaba justamente detrás de los Juzgados embadurnando parabrisas y pidiendo propinas a sus compañeros de profesión. No lo había criado para eso.

1 comentario:

Juanjo dijo...

Me aterra pensar que mi hijo pueda caer en las garras de las drogas. Solemos pensar que eso nunca nos va a pasar a nosotros, que esas cosas es para el desgraciado del vecino. Con todo lo que yo tengo encima, ¿cómo me va a pasar otra desgracia?

Cuando nos damos cuenta de que somos vulnerables a los males, suele ser demasiado tarde.