29 de diciembre de 2008

El regalo



No hay manera de escapar. Todos los años te dices que nunca más, que la próxima vez irás comprando los regalos poco a poco, desde el verano o desde primeros de octubre. Te desesperas buscando una cajera que te cobre o revolviendo entre libros, osos de peluche y camisas. Nunca encuentras nada de lo que vas buscando, aunque al final, milagrosamente, terminas cargado de paquetes como un rey mago de pacotilla y sin ninguna gracia. Vives relajado y lejos de la vorágine de las tiendas y de los centros comerciales hasta que de repente aparecen los villancicos como si fueran las sirenas que nos avisaban del final de las clases. Todavía para Nochebuena te escapas y aprovechas que llegas más o menos lúcido y descansado a las tiendas para encontrar algo. Pero la cosa se complica con el regalo de Reyes. Ya no sabes dónde buscar, ni qué diablos comprar. Paseas como un alma en pena por los centros comerciales tratando de esquivar a otros desesperados tan ansiosos como tú. Buscas y rebuscas, y al final compras cualquier cosa para salir del paso: lo único que ansiamos cuando vamos a buscar los regalos es salir cuanto antes de la tienda y del estrés de villancicos, pisotones y niños teclosos exigiendo siempre los juguetes electrónicos más caros.

Pero también está la tentación de otros regalos que no deberían admitir devolución. Estos días son muchos los que se plantean llevar un perro a su casa sin atender a las consecuencias y al crecimiento de ese cachorro que aún no raya el parqué ni hay que dejar en ninguna parte porque queremos salir de vacaciones. No creo que pueda haber mejor regalo que un perro, pero si estás pensando en llevar esa felicidad a tu casa plantéate también la responsabilidad y los pequeños sacrificios. En estos momentos hay cientos de perros abandonados en albergues como el de Bañaderos o Santa Brígida a los que podríamos salvarles la vida. No concibo regalo mejor. Regalaríamos alegría, cariño y una enseñanza diaria de lealtad y de ternura. También ellos confían en el milagro navideño para cambiar su destino y para ayudar a cambiar el nuestro. Lo he dicho otras veces: jamás aprendí tanto de la vida y de la lealtad como de la perra que tuve a mi lado más de doce años. Pero recuerda que esa aventura maravillosa requiere responsabilidad y entrega diaria. Ni más ni menos que las que requiere el amor o la amistad. No admite traiciones. Ahora todavía nos lo podemos pensar dos veces: no dejemos que luego las miradas de julio, cuando los perros andan extraviados por las calles, o recién atropellados en las cunetas, nos recuerden las euforias inconscientes de diciembre.

CICLOTIMIAS

Le gustaba escribir de madrugada para robarle a los sueños los argumentos de todas sus historias.

6 comentarios:

Treinta Abriles dijo...

Acabas de recordarme mi último disgusto, hace unas semanas.

Había una perra abandonada en mi pueblo que había perdido un pié. Era un pastor aleman que había escapado varias veces del furgón de la perrera.

Seguía a mi madre en su paseo matutino y la gente empezó a creer que era suya.

Era feliz a pesar de estar coja y corría por el campo con un pelo precioso. Pensaba en cómo se quedaría así y en cómo se habría apañado para salir victoriosa de todo aquello tan dignamente. Me fascinaba su historia.

Mi madre empezó a darle de comer en el descampado de al lado de mi casa. Le hacía la comida todos los días.

Dormía al otro lado de la carretera, pero cruzaba a diario para seguir a todos los miembros de la familia en sus quehaceres recorriendo el pueblo.

Empezamos a convencer a mi padre para que la adoptase, pero era reacio. Necesitaba un chip y hacía tiempo que vivía en libertad, dudaba que se adaptase bien.

Un sábado, rodeábamos el pueblo con el coche rumbo a la capital. Yo le dije a mi novio: "Ten cuidado. Por aquí cruza la perrita de mi madre". Pero era tarde... frenó lo suficiente para ver sus colores en la cuneta.

No pude salir durante todo el fin de semana.

Jaime dijo...

Nosotros nos regalamos, hace ya unos años, a nuestro muchacho, el que viste al avatar de mi perfil, a nuestro Otto. Tenía el mozo un nombre como ruso, como real de la realeza, de la zaresa, pero se lo alemanizamos porque es muy rubio y muy cabezón, con perdón de los alemanes que nos estén leyendo, que es una forma de hablar, como decir eso de que los españoles peninsulares son unos guarros (joder, qué día llevo). Son esas cosas que se decían antes de la globalización. Ahora ya todos somos estupendos, limpios, aseados, guapos, bien depilados… perfectos, en una palabra, que para eso somos todos unos buenos metrosexuales y adoramos a nuestro peluquero dios y a las santas cosmética y cirugía estética. Cosas de las nuevas religiones. Los intifados desaseados son unos parias, como la vida misma, lo que yo les diga.

Pero estaba yo hablando de nuestro pequeñajo, que tantas y tantas alegrías y buenos ratos nos ha proporcionado desde que llegó a casa un buen día. Nos lo trajimos en un avión, desde Barcelona, porque somos así de snobs cuando nos ponemos y porque, de paso, visitábamos a unos tíos nuestros que hacía ya algún tiempo que no veíamos. Pensamos que el muchacho era el más tranquilo de los cachorros que habíamos visto, y mi familia política entiende mucho de cachorros, que vivieron más de un parto y una camada en su casa, hace algunos años ya (de todo hace ya algunos años, y lo de ayer siempre parece una tontería, no sé por qué…bueno sí, qué diablos, porque nos hacemos viejos, pero eso no se dice, que para eso somos metrosexuales, faltaría más), y venía el pequeñajo rubito sobre mis rodillas, mordisqueando, medio alelado, algunos juguetes que llevábamos por si era inquieto, no nos echaran del avión, que lo del paracaídas es una asignatura pendiente y hay mucho mar alrededor de una isla y noviembre es un mes frío en el Atlántico. Ya en casa descubrimos el verdadero carácter (imaginamos las risas de la pareja criadora, con la jeringuilla tranquilizante en la mano, como en las películas de miedo) de nuestro perrito “tranquilo”. Al principio pensamos que es que se alegraba de que la casa estuviera tan limpia y que fuera tan amplia (nacer en una especie de cuadra que apesta a estiércol es muy navideño, pero es que los belenes no huelen de aquella manera…), pero cuando le vimos saltar de un sillón a otro, con las orejas en plan aviador de la segunda guerra mundial, y salir echando leches por el pasillo con las patas que le llegaban al culo (con perdón), dedujimos que el muchacho estaba como una cabra jarta de papeles. Y nos encantó, claro, que para juguetitos estáticos ya tenemos el Monopoly. Como hay experiencia en casa acerca de perros y cachorros sabíamos que en unos añitos se apocaría el muchacho. Pero no, él no, ¿él?, ¿para qué?, él es el cachorro impenitente, el eterno cachorro, el que más juega, el que más ladra, el que más rompe bolsas, el que sigue correteando por el pasillo cuando llegamos a casa, para demostrarnos que está contentísimo de vernos y que hay que ver qué poquito caso que le hacemos, el que busca su correa y se te planta delante como diciendo “no me dirás ahora que no, que mira qué carita tan maja te estoy poniendo…”, en fin, el que más, el más mejor, que decimos por aquí. Nuestra fiera, nuestro sempiterno cachorro con cara de chifli, el más fotogénico, el que mejor huele, el que más rápido corre, el más cariñoso, el más besucón, el más leal, mejor amigo y aún mejor compañero, de los de hacer compañía, siempre contento y dispuesto a arrancarte una sonrisa, casi sin querer. En fin, qué les voy a contar yo, si es nuestro pequeño consentido, nuestro niño mimado, sin que las babas se me caigan…

La parte esa de la responsabilidad y, si se tiene eso, de preocupación también, me la dejo hoy en el tintero, porque también existe, claro, pero para qué pensar en ella ahora que ya me he puesto yo solo la sonrisa para todo el día, sólo con hablar de él. Si tuviera rabo, lo movería contento, no les digo más.

Juanjo dijo...

Mira que, en casi todo lo que escribes, me reflejo y lo suscribo. Pero en esto no puedo estar más de acuerdo. Y añadir que un perro que ha tenido un hogar y que se ve privado de él, al recuperarlo, su lealtad se multiplica casi hasta el infinito.

El sábado vi una comedia francesa, bastante mediocre. "Al fin viuda". Sólo me quedo conque la protagonista, aún sin soportar a los perros, se rinde ante la única compañía sincera que tiene durante toda la historia.

Carlos de la Fé dijo...

Santiago, para no variar, la inteligencia y la razón van de la mano de tus palabras.
Yo siempre tuve gatos, ya ves, y también se aprende mucho de ellos, a pesar de los mitos que acarrean. Recuerdo aquella campaña, la de "Él nunca lo haría"... y, sin embargo, hasta abuelos "olvidados" en gasolineras se han llegado a ver. Es justo la parte que más detesto de estas fiestas: se convierten en un maquillaje pasajero de la realidad y de lo "animales" que podemos llegar a ser.
Un abrazo. Que tengas una buena entrada de año.

Editor dijo...

Gracias a la pastora alemana que pedía tan poco a cambio de lealtad y de una amistad que no entiende de traiciones. Qué decir de Otto. Todo lo que cuenta Jaime era mi historia con Gilda. Impagable esos maravillosos momentos, pero para vivirlos hay que saber mirarlos y sentirlos como ellos lo sienten. Toda la razón para Mucho que contar: se entregan siempre, pero en esos casos lo hacen a muerte (me desdigo: como siempre). Y gracias Carlos, por asomarte por aquí. Los gatos también han sabido pactar con los humanos una tregua casera en medio de este mundo violento y abusivo que algunos ensayan en Gaza o en cualquier sitio donde la fuerza campe a sus anchas. Ahora les cuento yo:

Lo que publico los lunes en el Blog se publica en una columna de opinión cada domingo en el periódico de papel de Canarias 7, y ayer tocaba el Regalo. Por la noche, Miriam y yo nos fuimos a caminar por el casco histórico de San Brígida. De repente nos encontramos un cocker americano totalmente desorientado. Logramos agarrarlo y amarrarlo con una pequeña bufanda. Paseamos por el pueblo intentando dar con los dueños. Preguntamos en varios sitios, pero no conocían nada del perro ni tampoco habían visto a nadie buscándolo. Estaba tranquilo con nosotros y no hacía más que darnos besos y arrumacos. Lo subimos al coche y nos fuimos a un veterinario de guardia en Tafira para ver si tenía microchip. Lo tenía y localizamos a su dueña. Dijo que venía buscarlo, pero yo noté algo raro en su voz y quise insistir: entonces me confensó que no podía con el perro, que le había destrozado toda la casa en varias ocasiones y que se fugaba cada dos por tres. Le pedí que nos lo dejara esa noche con nosotros. Desde que había perdido a Gilda en abril no había vuelto a entrar ningún perro en casa. Se portó de maravilla, no ladró, no rompió nada y no hacía más que darnos cariñitos a todas horas. Era un cocker castaño de unos tres años, juguetón, tremendamente inquieto y con muchísima energía. Hoy al mediodía ha venido a buscarlo su dueña. No sabe qué hacer con él. Está pensando quitarlo. Yo lo metería en mi piso, pero creo que sería injusto condenar en un espacio claustrofóbico un perro que precisa campo abierto y compañía para no estresarse (por eso destrozaba la casa -la que vivía y otra anterior-, por estar tanto tiempo solo). Me he quedado con una angustia tremenda. He llamado a varios amigos con fincas para ver si estarían interesados en "Urko", que es como descubrimos que se llamaba cuando leímos el microchip. De momento ya he llamado al veterinario de la perrera municipal de Santa Brígida. Está de vacaciones hasta final de año, pero el día 2 de enero hemos quedado para coger a un perro pequeño (y quiero un chucho sin pedigrí). Después de lo mal que lo pasé con la muerte de Gilda me dije que nunca más tendría perros, pero creo que es imposible vivir sin tenerlos cerca. Ya les contaré, si no me arrepiento, cómo empieza esa aventura. De momento siento una desazón tremenda por la suerte de Urko. Ya sé que no es mío y que no lo he malcriado yo, pero no olvido sus ojos de miel cuando me levanté esta mañana y lo encontré donde mismo había encontrado a Gilda los últimos años. Hay días en los que uno debe tener especial cuidado con lo que escribe. No sólo los sueños se cumplen de vez en cuando.

Editor dijo...

Finalmente Urko parece que va a tener suerte. Le darán otra nueva oportunidad en su casa, y en caso de que no logren meterlo en vereda se lo pasarán a un familiar amante de los animales (y con espacios) que se compromete a cuidarlo o a conseguirle un dueño que le dé lo que necesita. Al hablar con la dueña (el dueño que viene a ser su líder de la manada estaba de viaje, y yo creo que por eso se escapó: para buscarlo) le he insistido en que el perro puede tener sus malos momentos, pero que es noble, tranquilo y sobre todo cariñoso. Tienen un gran jardín, así que a poco que se esmeren lograrán disfrutar de su presencia muchos años. Crucemos los dedos.