8 de diciembre de 2008

La lluvia

La lluvia se hermana siempre con el recuerdo de otras lluvias anteriores. Incluso en la ciudad uno percibe el olor de la tierra mojada que remueve los caminos de la infancia. Lejos de las islas, cada vez que llueve parece como si el mar se hubiera venido con nosotros. Hay un olor a océano en cada chaparrón que nos sorprende, un olor que proviene de cuando nuestras abuelas nos decían que las nubes grises que veíamos en el horizonte estaban recogiendo el agua del mar. Aquellas nubes descargaban luego sobre los campos lo que nosotros creíamos que era el agua de la playa. Por eso la lluvia siempre nos ha olido a brisa marina, más dulzona y algo putrefacta, pero brisa oceánica al fin y al cabo. Y el mar, como bien sabemos los canarios, es nuestro camino de vuelta más directo hacia la infancia.

Cuando llueve en la calle también está lloviendo dentro de nosotros mismos. Nos cambia el estado de ánimo y buscamos un lugar seguro hasta que escampe. Viendo caer la lluvia vemos caer nuestras horas igual de inasibles y de perecederas. Y, aunque no lo recordemos, nos remontamos a cuando éramos un espermatozoide compitiendo con otros miles de espermatozoides que nunca llegaron a ninguna parte. También entonces nos movíamos por las aguas como mismo se movieron nuestros ancestros más lejanos antes de salir del océano y de adentrarse en una evolución que nos llevó desde una simple molécula hasta Mozart o Galdós. La lluvia es como una letanía que remueve las tristezas que ni siquiera nos pertenecen, aquéllas que heredamos en nuestro genoma y que nos dejan perplejos cuando descubrimos que a ese amor que acabamos de conocer ya lo conocíamos de mucho tiempo atrás, lo mismo que aquel paisaje hasta entonces ignorado o la sensación que nos deja un instante que parece repetirse una y otra vez siendo siempre distinto. Ese reencuentro lo guarda la lluvia entre los olores de la tierra mojada o de la arena de la playa, que nunca huele igual que cuando la moja la marea.

La lluvia también es un luto de pájaros que de repente callan y desaparecen de los campos para dejar que sean los caracoles los que arrastren su saudade por el barro. Cuando llueve, uno tiene la sensación de que se detiene el tiempo y de que, al parar la lluvia, todo va a cambiar por completo. Y efectivamente cambia, aunque nosotros no nos demos cuenta. Con unas cuantas gotas nuestros campos se vuelven verdes. Tenemos una tierra sabia que ha aprendido a renacer siempre con el agua como mismo deberíamos aprender a renacer nosotros. Podríamos aprovechar para empezar de nuevo después de cada borrasca. No deberíamos olvidar nunca que, cada vez que sobrevivimos a la lluvia, atávicamente estamos sobreviviendo al gran diluvio.

CICLOTIMIAS

Al final es el mendigo el único que termina compartiendo su pan con las palomas.

2 comentarios:

Treinta Abriles dijo...

Yo es que aquí, me he quedado sin palabras.

Anónimo dijo...

la lluvia tambien es un luto de pájaros que de repente callan y desaparecen de los campos para dejar que sean los caracoles los que arrastren su saudade por el barro.

Santiago Gil.

Mi modesta opinión."Sublime"