11 de diciembre de 2008

Rimbaud



El agua azul de la piscina se confundía con el añil del Mediterráneo que permanecía siempre quieto en el horizonte. Había logrado su sueño de multimillonario. El mare nostrum estaba a sus pies y él saboreaba un vino toscano ciertamente delicioso. Su mansión era la envidia de toda la oligarquía europea y norteamericana. Nunca antes se había alegrado tanto de haber decidido a los diecinueve años que no quería ser el Rimbaud de los versos y el malditismo. Para su bien y el de los suyos siguió la senda del Rimbaud traficante de armas.

4 comentarios:

Jaime dijo...

No sé yo muy bien por donde vas hoy, Santiago, pero tengo en las manos un ejemplar de Rimbaud que se me deshace, no sé si porque cuando llegó a mí ya anduvo manoseado antes o porque yo soy más torpe de lo que parezco. Y dice en Noche del Infierno: Las alucinaciones son innumerables. Se trata verdaderamente de lo que siempre he temido: ya no hay fe en la historia, olvido de los principios. Me callaré: los poetas y los visionarios se pondrían celosos. Soy mil veces el más rico, sea avaro como el mar.

No sé si llegaré alguna vez a entenderle ni a él ni a Artaud y otros tantos, pero me parece a mí que esa riqueza interior, esas alucinaciones, ese ver más allá que lo que se nos planta delante de las narices tiene mucho más valor que un fresquito Guanijay, que diría mi padre, en una terracita frente al mar, por más que el mar sea, sin remedio, la musa anhelada de este que te escribe ahora. Hay algo en todos y cada uno de nosotros, en nuestro interior, que es, dicen, negro, de los suburbios mismos de nuestra corteza, poco grato a la vista, quizás, algo demente, tal vez, grotesco, impresentable y hasta desagradable, si nos ponemos quisquillosos, a la vista, pero es parte indivisible nuestra, y casi siempre, no sé si por pudor o porque así está escrita, suele mostrarse en verso, en la más “pobre” de las artes, la olvidada, la mendiga, la que lleva el carrito del supermercado con sus cuatro pertenencias, de acá para allá, en un deambular continuo y desquiciado, como empujada por las manos de la locura.

Editor dijo...

"Esos suburbios de nuestra corteza" también forman parte de nosotros, y, generalmente, como dices, luego acaban convertidos en poemas o en sensaciones que maceran y se transforman (si hay tiempo incluso se vuelven luz, o nos permiten vivir con la conciencia del superviviente). Rimbaud dejó la poesía con apenas veinte años (y no veas lo que dijo y dejó escrito hasta entonces) y acabó perdiéndose por África como mercenario y traficante de armas. Nada que ver su vida con la que uno espera de un poeta más o menos al uso ( siempre y cuando haya poetas al uso). Buscaba huir y salir de sí mismo. Y yo creo que no hacía otra cosa que caminar raudo hacia su propia muerte.

Jaime dijo...

Ese libro que se me deshace cada vez que lo toco es la obra completa de este autor, en edición bilingüe, además, por si alguna vez me dedico a estudiar la lengua del poeta, supongo. Lo encontré en el puesto de “Esdrújulo” (tengo que hablar con Vicente, y no sé dónde encontrarle…) un día del libro. No sé si estuvimos juntos ese día en San Telmo…

Y dice el joven en el apartado III de VIDAS: En una buhardilla donde estuve encerrado a los doce años, conocí el mundo e ilustré la comedia humana. En una bodega aprendí la historia. En alguna velada nocturna en una ciudad del Norte encontré todas las mujeres de los antiguos pintores. En un viejo pasaje de París, me enseñaron las ciencias clásicas. En una magnífica morada rodeada por el Oriente entero he realizado mi inmensa obra y ha transcurrido mi ilustre retiro. He braceado mi sangre. Mi deber está cumplido. Ni siquiera hay que pensar en ello. Soy realmente la ultratumba, y nada de encargos.

Con una mente privilegiada puede uno haber escrito su vida con veinte años, supongo, y después acabar de vivirla, o empezarla realmente. La lógica nos indica que, salvo los genios, que son tan suyos, lo habitual es vivir primero y después esperar tener tiempo suficiente para contarlo, cuando empiecen a flaquear las fuerzas. Y después estoy yo, que voy a vivir dos vidas en una, porque yo lo valgo. Me quedan veinte años para vivir una vida nueva y escribirla, también, si se deja hacer. Y si con sesenta aún conservo todos los órganos funcionando, igual me hago mercenario, aunque sea de dentaduras postizas. Todo sea porque le llamen a uno alguna vez poeta… jajaja. Qué cosas digo a veces…

Te ha gustado lo de los "suburbios", ¿eh?. Te lo empresto, si lo quieres.

Un abrazo y feliz día a todos, que lo olvidé esta mañana.

Editor dijo...

Claro que me ha gustado, y mira que generalmente empiezo las antologías de los poetas después de que cumplen 50 años, pero hay grandes excepciones como Rimbaud, por supuesto. Y qué bien que te animes a escribir los próximos cincuenta años, no veinte.