19 de enero de 2009

La canción

Hay que saber que la vida se aleja y nos deja llorando quimeras. Lo dice el bolero y los boleros, por más que algunos se empeñen en lo contrario, nunca mienten. Tampoco mienten los tangos cuando aseguran que hoy sigue valiendo lo mismo un burro que un gran profesor o que vivimos revueltos en un mismo lodo, todos manoseados. Con Yira aprendimos que en la vida llega un momento en que te encuentras secas las pilas de todos los timbres en los que tocas pidiendo ayuda. Pero siempre, aunque uno contradiga a Gardel, nos queda la música para no perder el norte de nuestra propia biografía. Una canción, como dice Pedro Guerra, es un libro de viajes, y en ella rebrotan los recuerdos y los días que quedaron unidos a otras canciones que por más tiempo que pase siempre nos llevan de vuelta al lugar en el que un día fuimos felices. Y si no lo fuimos, el sortilegio de la música nos permite endulzar las penas con la melodía de la distancia.

No entendería la vida sin la música. Desde Bach hasta Serrat, pasando por el jazz, el rock, la bosanova o a la malagueña canaria. Todo lo que vibra y hace vibrar vale la pena. No entiendo a los que se resisten al poder de las emociones y reniegan de lo sencillo o de lo excelso por una alicorta cuestión de principios. Cada canción que escuchamos nos va perteneciendo a medida que la vamos haciendo nuestra. Sólo con tararear Tenerife de Braulio, uno regresa a las perritas de vino en La Laguna, lo mismo que se vuelve a las primeras citas que aún nos esperan a las cuatro y diez si recordamos que James Dean tiraba piedras a una casa blanca y que entonces la besamos, y que era verdad, como cantaba Aute, que sus labios parecían de papel, y que uno era capaz de darle una canción cuando aparecía el milagro del amor, o de gritar hasta el desconsuelo el Ne me quitte pas si nos dejaban con el corazón roto y malherido. Y si alguna vez fuimos sabios en amores lo aprendimos de sus labios cantores cuando pedíamos que nos tomaran tal como éramos y que no nos obligaran a crecer. Desde Yesterday todas las penas parecen ya lejanas. Aquel reloj que pedíamos que se detuviera en las noches de verano siguió marcando las horas. No le conmovió que nuestra vida, como cantábamos exagerados y románticos, se pudiera apagar. No pasó nada. Aquí estamos, rememorando entre canciones que nos fueron escribiendo. Ya no somos tan tremendos, pero de vez en cuando sí es verdad que la vida, como cantaba Serrat, nos vuelve a pasear por las calles en volandas. Y es cierto que no quedaría rastro de nosotros de no habernos cantado alguna vez. Uno querría, parafraseando a Alberto Cortez, tener un corazón de guitarra para volver cada vez que fuera necesario. No nos encontraríamos con aquél que fuimos, pero sí con los únicos recuerdos que merecieron quedarse a nuestro lado para siempre.


CICLOTIMIAS

En las raíces de los árboles también se acaban percibiendo los olores de los fondos oceánicos.

Y sus labios parecían de papel...

1 comentario:

Anónimo dijo...

Y el mar se sentaba junto a nosotros.
y extendia su cola ,de blanca espuma,sobre la arena.
Brotaba un arbol de música en nuestros silencios.
Y del arbol colgaban todas las palabras hermosas.
El viento sin alas siempre te protege.
Mientras aún del árbol brillan,maduran y caen
Todas las palabras hermosas
En tu frente.

Los recuerdos siempre te ayudan a encontrarte con la vida.

Si no tuvieramos recuerdos la noche balaria desnuda entre los huesos de la niebla.-