13 de enero de 2009

Las cenizas

Lloraba todas las tardes viendo entrenar a los nadadores en la piscina olímpica de la Ciudad Deportiva. Su mujer había muerto hacía tres meses y antes de morir le había dicho que quería ser incinerada. Él la quemó, pero luego no supo qué hacer con las cenizas. Ella también le dijo que le encantaría descansar eternamente en el agua, pero que le daban miedo los fondos marinos llenos de grandes calamares, de tiburones, de morenas y de mantas. La tuvo varias semanas en su casa hasta que se decidió una noche y saltó la verja de la piscina olímpica. Las cenizas fueron rápidamente absorbidas por los sumideros, pero algo quedó de ella entre las corcheas y el olor a cloro. Ahora viene todas las tardes, se sienta en las gradas y llora mansamente mientras los nadadores entrenan con denuedo pendientes del crono.

4 comentarios:

Treinta Abriles dijo...

Si antes escribías que se olvida a los mayores... imagínate a los muertos...

Editor dijo...

Pero ya a los muertos, en principio, les da lo mismo el olvido. Lo duro es ver que a nadie le importa si existes entre millones de personas.

Treinta Abriles dijo...

Si, por eso el drama es mucho mayor en las ciudades.

Jaime dijo...

Supongo que lo habrás escrito adrede, pero me quedo con la metáfora de “los desapercibidos”, aquellos que naufragan a diario en el escenario de los fuertes. La imagen del viudo no es más que una prolongación, en este caso, viéndolo con mis ojos, que miran raro, de la muerte de su esposa, perdido en unas gradas desde las que se convierte en mero espectador de los que viven una realidad para la que no existe espacio para los sueños o las realidades interiores. Aunque, dándole vuelta a mi cerebelo, igual es el señor quien palpa la verdadera realidad, observando un escaparate de vanidades y cuentos vacuos. Yo qué sé…