9 de febrero de 2009

Los títulos

Generalmente el título es lo último que escribo. Parece un contrasentido, pero la propia vida también lo es y nadie monta ningún gorigori por eso. Hasta que no llegas al final no sabes cómo va a quedar el asunto. En las novelas, por ejemplo, te puedes ver matando en la página veinte al que pensabas que iba a ser el personaje principal o escribiendo sobre la soledad cuando lo que pretendías era acercarte al jolgorio de los carnavales. Titulando desde un primer momento corres el riesgo de que luego el título no se parezca ni a la realidad ni a lo que finalmente terminas escribiendo.

La cosa es ir empujando el carro un poco más cada día que pasa. No valen los planes ni las consignas. Está bien marcar una serie de objetivos y defender hasta donde podamos algunos valores esenciales que hagan que esto no acabe pareciéndose a un infierno. Pero lo sabio consiste también en saber cambiar a tiempo esos argumentos que pensábamos protagonizar si vemos que todo se pone en nuestra contra o que los mimbres que tenemos no dan para lo que pretendíamos. A los nueve años puedes soñar con jugar de pívot en la NBA, pero si luego no pasas del metro ochenta lo mejor es que cambies de posición o de sueño sobre la marcha. Nadie tiene por qué frustrarse en ningún fracaso. Las metas son tan azarosas como la propia vida que nos rodea. Nos las han podido imponer inconscientemente la familia, los maestros, los medios de comunicación o una película que nos marcó el destino cuando estábamos en la edad del pavo. Aquí se empieza cada día desde cero. Los sueños hay que rehacerlos y ajustarlos a nuestras propias circunstancias. Y no me contradigo si digo que en ese pragmatismo diario caben los sueños imposibles. Es parte del propio juego. También están los que requieren la llegada de otros tiempos menos atrabiliarios y mercantilistas para concretarse. Y ya digo que no pasa nada si no se concretan o si hemos de cambiarlos de arriba abajo para poder seguir sobreviviendo. Lo triste es comprobar que hay gente que lo da todo por perdido porque perdieron un sueño, o dos, o incluso quince o veinte. La felicidad consiste en saber buscar y en rehacer desde la nada cuando parece que lo tenemos todo perdido. No hay mañana que valga la pena si uno no se ajusta a ella con todas las consecuencias. A veces nuestra felicidad depende de nosotros, pero otras muchas veces estamos a expensas de los hados y de los azares tanto como lo están los pájaros silvestres de la climatología o del vuelo rasante de las rapaces. No vale titular de antemano. Todo queda a expensas de la trama diaria. Para ser felices hemos de aprender a ser flexibles a la hora de escribirnos y de titularnos a nosotros mismos. Dejemos que sean otros los que nos escriban los epitafios.

3 comentarios:

Treinta Abriles dijo...

El panorama literario está lleno de libros de auto-ayuda que te dicen que todo está en tu mano, en tu interior y no es cierto.

La mala y la buena suerte existen intercediendo en nuestros sueños y en nuestras acciones y de nada sirve no querer tenerlo en cuenta o no quererlo tener.

Juanjo dijo...

¿Cuántas veces hemos dicho "No me volveré a enamorar, el sueño se ha terminado"? Para después, tras un encuentro fortuito, o quizá no, tener que tragar todas las palabras y promesas porque ha nacido un nuevo sueño que te empuja hacia adelante aunque tú no quieras.

Yo también escribo el título al final. Porque como dices, empiezo con una idea y luego ve a saber por dónde salgo. Incluso remodelé una novela entera de una serie de fanmtasía y ciencia ficción con el objetivo de hacerla más "juvenil" por la simple sensación de que debía hacerlo. Y el título, por supuesto, también cambió.

Jaime dijo...

Hay que andar rehaciéndose continuamente. Reinventándose. Mutando como los bichos de las películas. Adaptándonos a los nuevos entornos. Cambiando la piel para soportar los envites del día a día. Reescribirse, en definitiva. Borrar la palabra escrita y emborronar el papel continuamente con otras nuevas que se ajusten más a la nueva realidad.

Me quedo con la metáfora del título como epitafio final. Al fin y al cabo, todo acaba en la última página y es cuando, verdaderamente, aparece y desaparece, al mismo tiempo, en un ínfimo y absurdo segundo, el sentido de todo lo que ha quedado escrito, nos guste más o menos, y esas últimas palabras, amalgamando en un pequeño resumen a toda la historia, sólo pueden escribirlas quienes hayan podido leer entre líneas los restos de aquello que nos empeñamos en borrar. Sin esos rastros opacos, la vida está incompleta, creo yo. Y el título no es más que una mentira piadosa.