7 de marzo de 2009

El músico

Estudió solfeo de niño. Horas y horas repitiendo notas musicales mientras escuchaba de lejos a sus amigos golpeando balones o tocando eufóricos los timbres de sus bicicletas. Su madre soñaba con un Mozart, un joven prodigio que fuera la envidia de sus paisanos. Ahora se vale del vago recuerdo de aquellas notas musicales para improvisar cada noche las melodías que suenan en su asmática y astillada flauta. Ha aprendido las dos o tres canciones inevitables de Simon&Garfunkel y de los Beatles, y en navidad es capaz de ir ensartando los villancicos que de niño cantaba cada 24 de diciembre en su casa. Gracias a eso ha podido ir comprando dos veces al día los gramos necesarios de heroína para evitar el mono y soñar un mundo mejor. Jamás ha tenido necesidad de robar o de ir dando sablazos a nadie. Incluso, con los años, ha logrado una especie de clientela fija que le deja en su cartón la vuelta del café o del periódico. La ciudad nunca sería la misma sin los acordes reiterativos y lejanos de su flauta. Alguna vez se anima y nos sorprende con algo de Mozart.

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