16 de marzo de 2009

La claque

Siempre ha habido aplaudidores a sueldo, paniaguados y prosélitos. Forma parte de nuestra herencia más ancestral y repetida. No queremos andar solos por el mundo y no siempre hallamos un cariño sincero en el que refugiarnos. Antes, en los teatros, se contaba siempre con una tropa subvencionada que se encargaba de ensalzar o de echar abajo un montaje según el parné que pagara cada autor o empresario de la cosa teatral. Eran los tiempos en que el teatro era la ventana del mundo, mucho antes de que aparecieran el cine y la televisión. Lo arreglaban todo en directo, a bastonazos o a insultos. Ahora somos más virtuales y más asépticos, y aquella claque decimonónica ha cambiado de tiempo y de lugar. Hoy los vemos en los mítines de los políticos, siempre detrás del orador, agitando banderitas o aplaudiendo rabiosamente. Pero de dónde los sacan, cómo llegan a esos escenarios, en qué momento decidieron convertirse en simples caras que otros ponen de fondo según las circunstancias y las necesidades del guión.

Hace años los políticos sólo aparecían en la tele cuando había campañas electorales. Pero ahora es que hay campañas cada dos por tres, y cuando no las hay las buscan. Cada fin de semana se monta una cuchipanda mitinera en cualquier parte del país para sacar al líder de turno en procesión diciendo lo que quieren que sea noticia durante la semana. Por eso cambian la claque de fondo cada dos por tres. Un domingo tiran de los jóvenes, otro de los ancianos, y al siguiente de un grupo de inmigrantes. Todo eso lo han copiado de las campañas norteamericanas. Por aquí seguimos inventando lo mismo que en los tiempos de Unamuno. Los cerebritos de la cosa mediática lo único que hacen es conectarse a la parabólica y hacer luego remedos de series, de concursos y también de mítines con parafernalia de sermón de las Siete Palabras. Pero vuelvo a lo de antes, a esos comparsas que colocan detrás de los oradores exaltados. Cómo se sienten cuando les dicen que aplaudan o que agiten ufanos las banderitas. Siempre concentro la mirada en ellos porque hace tiempo que el lenguaje del que habla no me dice nada. Los que están detrás, sin embargo, parece como si entraran en trance cuando escuchan que se va a terminar el paro o que subirán las pensiones. Ellos creen que están consiguiendo los cinco minutos de gloria que decía Warhol. Salen en las fotos y luego les reconocen en el barrio y en la oficina. Pero la claque de antes se quedaba siempre del otro lado de la escena. Eran tiempos en los que se separaba claramente la realidad de la parafernalia manipuladora del teatro. Los que ahora aplauden no saben que son sólo figuras de cartón piedra que ni siquiera indultan del fuego del olvido y del ridículo, un simple atrezzo en la comedia bufa que se montan los políticos cada fin de semana.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Creo que buscan en ello a los "colaboradores necesarios", como si de un crimen se tratase. Los aparatos del partido de turno rastrean en cada lugar a aquellos que, como dices, quieren sus cinco minutos de gloria. Al verlos siempre pienso, la vergüenza no ha llegado a ellos. Luego ves gestos como bostezos, risas ante algo grave que dice el mitinero de turno. Y eso creo que de estético tiene muy poco. Como dices, los jefes de campaña enchufan la parabólica, esas son sus neuronas. Así les va. Creo en la política, porque la política es la vida. Pero no creo en quienes desde lo más alto la ejercen. Porque si eso es lo mejor de cada casa....apaga y vámonos.

Un saludo amigo.

Editor dijo...

Tienes mucha razón. Un abrazo,

Anónimo dijo...

No es que no se pueda confiar en las personas.
Es que no se puede elegir a la hora de confiar.