He ido dejando mi rastro en cientos de camas que a lo largo de mi vida han ido conociendo el peso de mi cuerpo, la presión de mi cabeza y de mi cuello, y también los sueños que a fuerza de repetirse ya casi forman parte de mis vivencias cotidianas.
6 comentarios:
Anónimo
dijo...
Dejamos tantos rastros a lo largo de nuestra vida. Con miradas, roces, gritos, silencios. Y sin embargo algunos creen que son invisibles a la vida. Un ejemplo lo veo en Mathilde, protagonista de la película "El marido de la peluquera". A Antoine lo marca para toda la vida, y a veces creo que ella no se lo creía. Quería más, hacer más.
Cuando llegue el momento de descansar, quizá sea lo único que recuerdes, por abrumador que sea el número de colchones en los que yazca tu impronta. Y esos sueños descansarán contigo.
Entre tanta cama del pasado y esos sueños presentes que ya no son más que parte de las vivencias cotidianas surge la escritura, ese fragmento, ese poema que nunca ya será cama ni tampoco sueño... Algo mejor, más decisivo, rotundo y válido.
¿Dónde dejaste mi corazón? Lo escondiste en el bolsillo de tu pantalón o brilla en la hebilla del cinturón. No sé, me resigno a la suerte. El cielo está nublado. Quieres enterrarme el rostro. Pero te detienes. Te quedas quieto, tus ojos se iluminan. Tus labios brillan. Quiero alcanzarte, no quiero perderte. Mis manos están enterradas. No puedo gritarte, no tengo voz. No puedo gritarte que me perdones. Y te alejas. Te alejas. Empiezo a derramar lágrimas. Nacen flores en mis mejillas, flores de color sangre. Parecen rosas, pero tienen pétalos de cristal, espinas de acero y tallo de ilusiones. Te diste vuelta, te acercaste e intentaste arrancarme las flores. Te sangraban los dedos intrusos. Y tu cuerpo se transformó en el mío. Y yo me transformaba en ti. Eras un ángel enterrado en un bosque lleno de serpientes y ángeles caídos. Me torturabas con tus lamentos. Me arrodillé, te desenterré y te levantaste. No querías abrazarme: te carcomía la vergüenza. Tenías miedo de mi pasión. ¿Cuál pasión, si te llevaste mi corazón? ¿Cómo, si lo escondiste en el bolsillo del pantalón, o brilla en la hebilla del cinturón? Te quedaste callado y diste media vuelta. Caminaste y me dejaste. Sonreí. No supe por qué. Tu camisa abierta era una navaja blanca de tela seductora. Pero te amé. Y eso es lo que importa.
Qué emocionante, David, esa secuencia que enlazas de El marido de la peluquera. Recuerdo el impacto de esa película en los primeros años 90. La vi en Renoir o Alphaville de Madrid, no recuerdo. Siempre arribo a esa calle cinéfila que es Martín de los Heros. Muchas gracias por ese magnífico enlace. Lo pongo aquí para el que no ha entrado no se lo pierda. Pedro Guerra, que también vio esa película durante aquel año, compuso una canción que utilizaba las palabras que dice Anna Galiena en esta secuencia. www.youtube.com/watch?v=mR5Tu2E5tyU&feature=related
El atardecer, Miranda, siempre es una buena hora para acunar sueños.
Tienes razón, Mucho que contar, los sueños también acabarán descansando con nosotros. Igual lo único que pasa cuando morimos es que nos quedamos dentro de un sueño eterno. O lo que está pasando. O lo que escribimos, y también lo que leemos. Tal vez no somos más que sombras lejanas que se asoman desde muy lejos a unos horizontes que nunca se acaban de vislumbrar nítidamente.
Hola Antonio, un honor encontrarte por aquí. Efectivamente, lo que escribimos se salva y pasa a ser literatura. Igual ya lo habíamos ido escribiendo todo en almohadas de otros tiempos, en otros sueños que olvidamos y que luego pasan a convertirse en letras: no inventamos nada, sólo transcribimos sombras (mira, me ha salido otro aforismo: "Al escribir, sólo estamos transcribiendo sombras").
Me encanta lo que has escrito, Anónimo, y también esa canción que propones.
6 comentarios:
Dejamos tantos rastros a lo largo de nuestra vida. Con miradas, roces, gritos, silencios. Y sin embargo algunos creen que son invisibles a la vida. Un ejemplo lo veo en Mathilde, protagonista de la película "El marido de la peluquera". A Antoine lo marca para toda la vida, y a veces creo que ella no se lo creía. Quería más, hacer más.
www.youtube.com/watch?v=mR5Tu2E5tyU&feature=related
Un abrazo Santiago.
Y en esa travesía se va quedando un poco de uno mismo,entre huellas y sueños,entre amaneceres llenos de esperanza o atardeceres grises.
Feliz día de vivencias cotidianas!
Cuando llegue el momento de descansar, quizá sea lo único que recuerdes, por abrumador que sea el número de colchones en los que yazca tu impronta. Y esos sueños descansarán contigo.
Entre tanta cama del pasado y esos sueños presentes que ya no son más que parte de las vivencias cotidianas surge la escritura, ese fragmento, ese poema que nunca ya será cama ni tampoco sueño... Algo mejor, más decisivo, rotundo y válido.
Abrazos
¿Dónde dejaste mi corazón? Lo escondiste en el bolsillo de tu pantalón o brilla en la hebilla del cinturón. No sé, me resigno a la suerte. El cielo está nublado. Quieres enterrarme el rostro. Pero te detienes. Te quedas quieto, tus ojos se iluminan. Tus labios brillan. Quiero alcanzarte, no quiero perderte. Mis manos están enterradas. No puedo gritarte, no tengo voz. No puedo gritarte que me perdones. Y te alejas. Te alejas. Empiezo a derramar lágrimas. Nacen flores en mis mejillas, flores de color sangre. Parecen rosas, pero tienen pétalos de cristal, espinas de acero y tallo de ilusiones. Te diste vuelta, te acercaste e intentaste arrancarme las flores. Te sangraban los dedos intrusos. Y tu cuerpo se transformó en el mío. Y yo me transformaba en ti. Eras un ángel enterrado en un bosque lleno de serpientes y ángeles caídos. Me torturabas con tus lamentos. Me arrodillé, te desenterré y te levantaste. No querías abrazarme: te carcomía la vergüenza. Tenías miedo de mi pasión. ¿Cuál pasión, si te llevaste mi corazón? ¿Cómo, si lo escondiste en el bolsillo del pantalón, o brilla en la hebilla del cinturón? Te quedaste callado y diste media vuelta. Caminaste y me dejaste. Sonreí. No supe por qué. Tu camisa abierta era una navaja blanca de tela seductora. Pero te amé. Y eso es lo que importa.
http://www.youtube.com/watch?v=qGiRFrtZrYk
Os leo a todos sois estupendos,abrazos.
Qué emocionante, David, esa secuencia que enlazas de El marido de la peluquera. Recuerdo el impacto de esa película en los primeros años 90. La vi en Renoir o Alphaville de Madrid, no recuerdo. Siempre arribo a esa calle cinéfila que es Martín de los Heros. Muchas gracias por ese magnífico enlace. Lo pongo aquí para el que no ha entrado no se lo pierda. Pedro Guerra, que también vio esa película durante aquel año, compuso una canción que utilizaba las palabras que dice Anna Galiena en esta secuencia. www.youtube.com/watch?v=mR5Tu2E5tyU&feature=related
El atardecer, Miranda, siempre es una buena hora para acunar sueños.
Tienes razón, Mucho que contar, los sueños también acabarán descansando con nosotros. Igual lo único que pasa cuando morimos es que nos quedamos dentro de un sueño eterno. O lo que está pasando. O lo que escribimos, y también lo que leemos. Tal vez no somos más que sombras lejanas que se asoman desde muy lejos a unos horizontes que nunca se acaban de vislumbrar nítidamente.
Hola Antonio, un honor encontrarte por aquí. Efectivamente, lo que escribimos se salva y pasa a ser literatura. Igual ya lo habíamos ido escribiendo todo en almohadas de otros tiempos, en otros sueños que olvidamos y que luego pasan a convertirse en letras: no inventamos nada, sólo transcribimos sombras (mira, me ha salido otro aforismo: "Al escribir, sólo estamos transcribiendo sombras").
Me encanta lo que has escrito, Anónimo, y también esa canción que propones.
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