4 de mayo de 2009

Pandemias

Uno viene al mundo arrastrando los miedos del pasado. La carga genética de quienes nos precedieron nos condiciona más de lo que pensamos. Y no digamos los mensajes que fuimos recibiendo en la infancia. La mayoría de nosotros lleva el Apocalipsis grabado en el inconsciente. Cada dos por tres creemos que se avecina una plaga, una lengua de fuego o una de esas catástrofes que recrean los americanos en películas con efectos especiales y con muertos cayendo como si fueran moscas. Siempre pensamos que nos va a tocar a nosotros el Apocalipsis. A lo largo de la historia todos los humanos que han ido pasando por aquí se han creído que con ellos se acababa el planeta. Y en parte han tenido razón porque, una vez nos marchamos, con nosotros se acaba el mundo, la Bonoloto y la Liga de las estrellas. Somos lo que vamos siendo. Y lo que tenemos alrededor es lo único que nos pertenece. Pero ya digo que nos empeñamos en complicarnos la existencia con toda clase de temores. Nos paraliza el miedo. Generalmente casi nunca termina sucediendo nada, pero que nos quiten las penas y las malas noches que pasamos poniéndonos en lo peor, o temiendo, que es un verbo siempre peligroso y paralizante cuando se conjuga en primera persona.

Ahora estamos expuestos a otra pandemia. Aparecen cada dos por tres, aunque en este caso parece que la cosa es más seria. A los hipocondríacos nos matan a disgustos con estas noticias tan terribles, y más cuando te dicen que la enfermedad la coges respirando. No es para tomárselo a broma, pero si no soy capaz de reírme de mí y de mis miedos estoy aviado. Ya digo que venimos con una carga genética que nos predispone a imaginar lo más trágico, y que a esa herencia hay que añadirle las películas con incendios, abejas o meteoritos que amenazaban con dejarnos sólo con las raspas. Al final van a tener razón nuestras abuelas cuando estaban empeñadas todo el rato en que cerráramos la boca. Siempre estaban pendientes de que no nos entrara aire cuando salíamos del cine o de nuestras casas. Ellas decían chirote, que es una palabra preciosa y eufónica que hemos ido perdiendo con el paso de los años. No tuvieron tiempo de escuchar lo de la gripe porcina, pero por si acaso ya nos prevenían tapándonos la boca todo el rato. Así y todo no nos queda otra que seguir confiando en que el oxígeno, que hasta ahora es lo único que nos siguen dando gratis, no se acabe convirtiendo también en un veneno peligroso. Entre el boro, la crisis y la gripe porcina nos están dejando aliquebrados desde el desayuno. Menos mal que también hemos heredado genéticamente la capacidad de supervivencia y el olvido. Esto último no estaba en el guión inicial de este artículo, y tampoco me consta que aparezca en ningún manual con credibilidad científica, pero necesito creerlo para no terminar neurótico perdido con tanto Apocalipsis cotidiano

6 comentarios:

josé luis dijo...

Entre nuestros temores y los que nos crean cada día, esta vida parece un "vivo sin vivir en mí..." Lo peor no está en el chirote, sino en los pensamientos oscuros que nos acechan y amordazan...

Anónimo dijo...

Quizás vaya siendo también una moda como las que se ven en las pasarelas las pandemias. Enciendes el televisor y lo increíble es cómo parece que la raza humana va a desaparecer. Se pierde a veces la visión de la vida en su conjunto. Hay manipulaciones, mecanismos que desean que no progresemos. Pero quizás, por una vez, debamos dejar de lado todo ello y comenzar a VIVIR sabiendo que esa es la meta.

http://www.youtube.com/watch?v=YpEJKkvMi38&feature=related

Un abrazo Santiago.

Editor dijo...

Quién me mandará a escribir sobre enfermedades: llevo dos días con un virus de estómago que me ha dejado tirado, por eso ni siquiera les había podido dar salida a los comentarios. Como buen hipocondríaco, ya he comprobado que mis síntomas, de momento, no se corresponden con los de la gripe porcina. En fin.
Tienes razón, José Luis, lo peor no es el chirote, sino esa sucesión de miedos cotidianos que nos meten en el disco duro. Cuando estaba con fiebre ayer no paraba de pensar en las enfermedades chungas que podía tener. Al final, la cosa está controlada y ya voy mejorando; de hecho puedo escribir rápido este par de líneas, pero mis fuerzas andan muy justas.
Qué bueno eres buscando vídeos, David. Ése que enlazas de los "12 monos" es impactante. No vi la película, pero esa escena es demoledora. No dejen de verla:
http://www.youtube.com/watch?v=YpEJKkvMi38&feature=related

Anónimo dijo...

Envejecer también es una manera acumular miedos.

Así es. De repente, pasas de reírte de tu abuela, cuando te tapaba la boca a, no sólo a comprenderla, si no, a hacerlo tú mismo.

Un 11 de marzo de hace unos años, nació en mi interior un miedo nuevo e inexplicable para las futuras generaciones: "a los trenes". Ese día, comprendí que sería mayor y contaría historias que refugian miedos incomprendidos en los jóvenes, miedos de personas mayores. Y que yo seré su ridícula protagonista.

Así es la vida.

Beatriz

Que te mejores, Santiago.

Editor dijo...

Los años suman miedos, Beatriz, pero también ayudan a concebir nuevas esperanzas. Uno descubre que se abren puertas sorprendentes cuando menos lo esperamos. Ya el virus parece que se marchó en busca de otro organismo. O se ha ido para siempre. No sé si los virus también aspirarán a la eternidad. Un fuerte abrazo.

Anónimo dijo...

Los miedos no son más que una forma de sobrevivir, la más instintiva de todas.

En cuanto a la pandemia y los virus, no te apures. Yo creo que lo que hay que hacer es alimentarse bien, para que si te pilla tener reservas y que haya suficiente comida para los dos.

;-)