8 de julio de 2009

Autobiografías

Si nos viéramos de lejos, también nos reconoceríamos en la ficción. En el fondo no dejamos de ser unos personajes que se interpretan a sí mismos; a veces en hilarantes comedias, y otras en tragedias que nos tienen todo el santo día llorando por las esquinas. Nosotros creamos personajes y les damos vida en un libro, en una película o en una obra de teatro, y muchas de esas creaciones, al paso del tiempo, acaban siendo más reales y más recordadas que las vidas de sus coetáneos de carne y hueso. Podría poner muchos ejemplos, pero ahí están Don Quijote o Madame Bovary, más reconocibles que la mayor parte de los que asistieron a su nacimiento literario, y, en muchos casos, más reconocidos incluso que Cervantes o que Flaubert. Si lleváramos al papel o al celuloide nuestras propias vidas, probablemente seríamos más recordados que por hacer la declaración de la renta o por cumplir con nuestra jornada laboral. Al leernos también formaríamos parte de esa ficción que comentaba al principio: no puedes olvidar nunca que en las autobiografías hay mucho de recreación interesada, tantas mentiras y tantas recreaciones interesadas como requiere cualquier argumento para resultar creíble.

No forma parte de nuestra tradición literaria la lectura de biografías o de autobiografías, pero en el mundo anglosajón son lo más fetén y lo más solicitado por los lectores. Recuerdo pocos libros tan fascinantes como las memorias de Mark Twain o como los diarios de John Cheever, por citar dos de los grandes escritores, en este caso norteamericanos, de todos los tiempos. En castellano también recuerdo autobiografías memorables, aunque casi siempre han pasado desapercibidas. Ahí están, por nombrar un par de ellas, las de Neruda, Fernán Gómez o Caballero Bonald. O las impagables entregas anuales que nos regala Andrés Trapiello con su Salón de pasos perdidos. Todos ellos se miraron o se miran a sí mismos como personajes, y como tales bucean en sus recuerdos y en sus momentos más trascendentales. Cada uno de nosotros también ha ido escribiendo su propia novela a medida que ha ido viviendo. Las habrá más aventureras y más comedidas, más alocadas y más responsables, y con mayor o menor suerte a la hora de elegir los amores, los amigos y hasta los lugares donde ir pergeñando las vivencias cotidianas. Lo que sí que tendrán todas es una autenticidad reconocible y trascendental. Al fin y al cabo contarán las peripecias de personajes irrepetibles, mortales y casi milagreros. Siempre será grandioso ese libro, como mismo lo es cada día que te escribes desde que sales de la cama. Si te miraran desde lejos también tú serías una recreación inolvidable.

3 comentarios:

Treinta Abriles dijo...

Desde que una vecina Belga me contó que no creía que Eistein fuese el autor de la Teoría de la Relatividad, ciertas biografías dejaron de tener demasiado sentido. Ella decía, que no podía creer como alguien fracasado en matemáticas, que no destacó especialmente durante la carrera, podría descubrir algo así. Y que, casualmente, el matrimonio con su primera mujer, no muy agraciada físicamente, pero brillante universitaria, marcase su época dorada como científico. Después, parece ser que metía la pata con frecuencia, pero que, como ya era EISNTEIN, nadie se atrevía a corregirle.

¿Qué fue la vida de Einstein? ¿Una recreación o una realidad? Puede que él muriese sin saberlo siquiera.

Editor dijo...

Curioso lo que cuentas de Einstein. Una vez muerto, creo que da lo mismo si su vida fue una ficción o una realidad. De hecho, cuando pensamos en él, lo hacemos como una referencia de los libros de texto. No nos lo imaginamos con gripe o con hambre. Casi es más ficción que otra cosa, pero qué más. Al final todo es lo mismo. O nada es lo mismo. Bueno, es lo mismo. Tú me entiendes. Un abrazo.

Treinta Abriles dijo...

Cierto. Pero Einstein, con su lengua fuera, es EINSTEIN y tiene el reconocimiento mundial para la posteridad. Y, en el caso de que sea cierto, como decía el chiste aquel, su primera mujer, aunque poco agraciada, sería la mujer "con el mejor físico del mundo", aunque ella fuese la descubridora.