13 de julio de 2009

La hamaca

Puede suceder cualquiera de estos días: llegas a la playa, al hotel o al apartamento y colocas tu toalla sobre una hamaca. Ahí ves que no es verdad que los sueños no se cumplan. Es lo que has estado soñando casi todo el año. No existen horarios, ni jefes, ni tareas apremiantes que te quiten el sueño. Sólo te acompañas de un buen libro, una selección de tu música preferida o el sonido envolvente del mar. A veces el paraíso está más cerca de lo que uno se imagina. O por lo menos necesitamos creer en la certeza de esa posibilidad. Luego te acuestas y escuchas de fondo al coñazo de la moto acuática o a los de las raquetas que confunden la arena con la tierra batida de Roland Garros. Pero vamos a quitar los mosquitos, los ruidos que no vienen a cuento y todo aquello que desvirtúe nuestro edénico escenario de las vacaciones: colocas la toalla, dejas reposar tu cabeza y te tiendes como un lagarto ufano para que el sol te cure todas las heridas que traes de una batalla diaria cada día más perversa y más descontrolada. El año ha sido duro, pero ya estás en la hamaca. No hay peligro.

Vamos a quedarnos ahora con la hamaca de la playa, la que duerme de noche entre los arenales y la que ha visto a miles y miles de soñadores acercarse a la orilla cada día como quienes se acercan a los lindes de la isla del tesoro. Nunca te paras a pensar. Pasas de largo junto a ella como si sólo fuera un amasijo de hierros y de plástico. Pero te equivocas: en esa superficie ajada por la marea y el viento del Sur aún están los sueños de todos los que se tendieron al sol antes que tú. Por eso se produce el milagro. Todo lo que soñamos se va quedando en la hamaca. Durante la noche recapitula lo vivido cada día y lo guarda para que se enriquezca el que venga detrás. Tú también estás grabado para siempre en su superficie. En todos estos años has ido dejando pequeños rastros de ti mismo que han servido a otros, o que incluso te salvan a ti cuando te acercas amnésico y olvidadizo y no recuerdas que fuiste feliz muchas veces, muchos veranos, durante muchos años. Pasamos de largo ante lo que realmente nos cambia la vida. No es un acto reflejo más, ni uno de esos ritos cotidianos que ejecutamos de forma inconsciente y mecánica. Todo lo que acontezca cerca del mar queda a salvo de la rutina, y la hamaca ha hecho toda su vida frente a las olas, viendo subir y bajar las mareas como mismo deberíamos observarlas nosotros para no olvidar que todo es transitorio y provisional, flujo y reflujo cotidiano, tránsito natural que nos incluye también a nosotros. Lo saben también todas esas gaviotas que se posan en la superficie de la hamaca, justo antes de que salga el sol, a la hora en que los sueños aún se confunden con el milagro del amanecer.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Me asaltaron reflexiones en mi hamaca
viendo
nubes pasajeras.
De todo he hecho,aunque fueron mis lagrimas las que tejieron los hilos de su lecho.

http://www.youtube.com/watch?v=zslKYY6wECs

Anónimo dijo...

Esa hamaca que cobra vida, que nos la sostiene. Esa vida que nos provoca desazón y alegrías a partes iguales...

http://www.youtube.com/watch?v=chIHa1_LHVs

Un abrazo Santiago. E infinitas GRACIAS por lo que significas en mis letras.

Editor dijo...

No sólo tejen las lágrimas querido anónimo. La canción que enlazas, por ejemplo, hace que tejan las emociones.
Es lo que tiene la aventura, David, que no sabes qué te deparará: a algunos los lleva debajo del puente y a otros los coloca sobre él pisando fuerte. Un abrazo a los dos