10 de agosto de 2009

Amor de verano

El encanto estaba justamente en lo efímero. Lo frugal era lo que lo volvía tan intenso. No es la primavera la estación de los amores. Para amar siempre teníamos los veranos. A lo mejor en las cordilleras o en las mesetas es la primavera la que altera la sangre, pero cerca del mar es el verano el que marca los pasos que conducen a Cupido. No concebimos un amor sin el lejano sonido de las verbenas cuando la luna ilumina las primeras caricias o sin ese sol que enrojece la tarde y hace que los besos parezcan siempre eternos.

Aquella parquedad que entonces mataba el amor de verano es lo que hoy lo mantiene tan vivo en el recuerdo. Posiblemente no fuera nada del otro jueves, y si nos asomáramos a él con objetividad veríamos que no fue más que un escarceo que luego idealizamos por la necesidad de pensar que hubo un tiempo en que sí fuimos realmente amados y dichosos. Hoy serán otros los adolescentes que estarán enamorándose en las mismas playas que supieron de aquellos amores que jurábamos eternos sin saber que la eternidad es tan engañosa como el propio paso del tiempo que convierte en polvo las alas de las mariposas. De aquellos días datan nuestros primeros versos. Da lo mismo que nunca más hayas escrito un poema. Los que entonces llevábamos al papel nos parecían tan sublimes e inigualables como los ojos en los que veíamos reflejado por vez primera nuestro deseo.

Siempre se ve bello lo que se ama, y quien ama acaba contagiándose de belleza. Ahora ya no recordamos ni las canciones que entonábamos alrededor de una guitarra, ni por suerte tampoco quedan los ecos de aquellas horteradas que cantaban las orquestas en las fiestas patronales. Muchas veces ni siquiera recordamos los nombres de quienes amábamos. Y mejor es que todo quede a salvo en esa nebulosa que convierte en real lo que posiblemente sólo fuera platónico o deseado. De aquellos amores de verano nos quedan las sensaciones placenteras, un perfume que se mezclaba con la brisa marina o con el olor de la pólvora de los fuegos artificiales y el humo de los primeros cigarrillos. Realmente nos pertenecía todo el planeta, y no concebíamos ningún deseo que no estuviera ya a nuestro alcance. Luego no pasaban casi nunca de septiembre, pero ahí precisamente estaba su encanto. Si se adentraban en octubre ya era otro amor el que ocupaba su lugar, probablemente el verdadero amor, el que dura toda la vida y justifica nuestra existencia; pero aquél que vivimos sólo unos días, siendo tan breve, siempre se queda ocupando un lugar destacado en nuestra memoria más necesaria. Lo mágico era que se asemejaba a los castillos de fuegos artificiales que iluminaban el cielo unos segundos para desaparecer luego en la espesura del tiempo y de la noche. Tan fugaz y tan efímero como un aleteo luminoso.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Cuando hay algo bello para decir
En vida, se escupe
Cuando hay algo bello para decir
En alma, se escribe.
Fernando Pessoa

http://www.youtube.com/watch?v=fUa6c6Irlqw

Editor dijo...

Escribamos entonces para no silenciar al alma.

Anónimo dijo...

Bello...

Treinta Abriles dijo...

"Amores de estío
son como los brotes,
que cuando florecen
es para morir.

El fruto de agosto
está ya muy lejos
No intentes probarlo
ya no es para ti.

http://www.youtube.com/watch?v=DvcPsZWAhpc&feature=related

Editor dijo...

Bellas palabras, preciosa canción. Un abrazo, Bea.