6 de agosto de 2009

Carmen la de Malasaña

Ahora que cambias besos por vinos
y que te aman sólo los mendigos de la calle.
Ahora que andas tirada por los bancos de las plazas,
y que nadie presume de haberte conocido,
quisiera yo recordar los tiempos en que te quisimos
cuando eras la más bella y la más deseada de Malasaña,
el sueño de todos aquellos poetas primerizos del Café Manuela,
genial y hermosa, sublime y divertida.
Te acercas desdentada y maloliente, solitaria,
ni siquiera te suena mi cara, sólo me pides dinero,
no me saludas, tampoco improvisas versos como antaño.
No me atreví a llamarte Carmen,
porque entonces todos te llamábamos Carmen, Carmen la de Malasaña,
y tú nos hablabas de tu pueblo caribeño y costero,
manigua, ron, arrebolados ocasos,
para endulzar la brisa agria del recuerdo del mar,
un mar que ahora confundes, anegada y ebria,
con ese vinazo patético y repugnante que te mata
y te deja tirada por las tardes en los bancos más tristes
del Templo de Debod o del Parque del Oeste.

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