24 de agosto de 2009

El Calor

Necesitamos olvidar para poder seguir sobreviviendo. Da lo mismo que luego, como dijera Benedetti, el olvido esté lleno de memoria. Cada vez que dormimos dejamos atrás un día que desde que oscurece empieza a confundirse con un sueño. Hay vivencias que no volvemos a recordar durante el resto de nuestra vida, amigos de infancia que borramos para siempre, nombres que no se identifican con ninguna cara conocida y camas, pupitres o terrazas que jamás retornan a nuestra mente. De vez en cuando nos sorprende algún fogonazo inesperado, pero nunca podemos acercar la cámara hasta donde queremos, ni ver las pupilas de unos ojos que entonces reconocíamos entre todos los ojos del universo. La música y los olores nos hacen volver de vez en cuando, pero los perfumes son etéreos y las canciones siempre dejan de sonar cuando más nos están emocionando.

En medio de esa amnesia que nos coloca cada mañana como recién llegados al planeta, también está el olvido del calor. No sé por qué, pero el frío se mantiene más a flor de piel y lo tomamos como algo más natural cuando aparece. Incluso la lluvia sabemos que moja diciembre, y da lo mismo que luego digamos que nunca ha llovido como ese año. Todo es cíclico y se repite inevitablemente, sobre todo en la meteorología. Pero no sé por qué una y otra vez negamos la venida de la ola de calor que se repite cada verano desde que éramos niños y veíamos cómo las vecinas sacaban las sillas a la calle. Ahora por lo menos nos avisan con alertas de colores. Siempre ha sido así. Yo tengo un familiar que cumple años cada 31 de julio y sus celebraciones siempre están unidas al averno climatológico que nos lleva a las playas de madrugada. Y si no es en julio, es en la primera quincena de septiembre, generalmente coincidiendo con las fiestas del Pino. Pero a pesar de esta repetición, al año siguiente nos estamos quejando de que esto nunca ha sido así y de que estamos padeciendo los primeros efectos del cambio climático. No voy a negar a estas alturas el daño que le estamos haciendo al planeta con la emisión de gases a la atmósfera, pero estos calores que padecimos en julio y que a lo mejor nos tocan de nuevo en septiembre son los de siempre, los que deberíamos tener grabados en la piel igual que grabamos el frío de los inviernos o el viento helado de las tardes de otoño. Por suerte no nos toca la canícula del continente más de diez o doce días en todo el año. Los benditos alisios ventilan las tardes y los sueños de verano. No creo que el paraíso, tal como lo concebimos, esté en ninguna parte, pero el no vernos agobiados por el calor extremo durante siete u ocho semanas nos acerca un poco a ese Edén que buscamos como locos desde que salimos del útero materno. Da lo mismo que luego el olvido nos vuelva amnésicos y previsibles.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

¡Cómo me gusta el tema que has sacado!

Yo siempre he pensado lo mismo. Aquí, en la península, todos los años tenemos la sequía más grande de los últimos cien años, o la nevada más grande, o el invierno más frío, o más caluroso, la primavera más corta... Yo también creo que con el tiempo, se tiene muy mala memoria.

Mi teoría es, que los medios de comunicación aplican una sugestión colectiva, que hace que una mentira repetida de manera indefinida, se convierta en una verdad, al menos desde un punto de vista subjetivo, en nuestra memoria. Todo esto, se rompe en cuanto hay una referencia que lo desmonta objetivamente. Por ejemplo, este mismo día, en el 1994, sufríamos del día más caluroso del año. Lo sé, porque mi prima se casó y no había abanico o ventilador capaz de sofocarnos ese calor. ¿Quién se acuerda?

Cuando hace calor, hablábamos de: "Calentamiento Global". Después de las nevadas de este invierno: "Cambio Climático". Yo creo que la naturaleza tiene sus propios ciclos, sus ritmos y sus caprichos. Nosotros, a su lado insignificantes, pretendemos ser el centro del mundo, pensando que influimos en ella. Nos jugamos nuestra propia vida, no la del planeta.

Beatriz

Editor dijo...

Estoy de acuerdo con lo que dices, Beatriz. El siglo, para los medios de comunicación, empieza cuando se inauguró Google, y de ahí para atrás es poco menos que la prehistoria. Lo que fastidia es la liviandad que hay últimamente a la hora de dar titulares sin una comprobación fehaciente de lo que se escribe. En fin, esó sí son los riesgos de la inmediatez digital y de la búsqueda desesperada por encontrar el titular más llamativo y novedoso. A ver donde vamos. La climatología, mientras, seguirá su propio camino. Un abrazo.