3 de agosto de 2009

Toninas

Las toninas pasaban a nuestro lado salpicando sueños. Cada verano mirábamos al horizonte esperando que la espuma nos avisara de su presencia. Recorrían veloces la costa de Agaete y luego se perdían en dirección a La Aldea. Alguna vez navegamos junto a ellas. Por eso ya nunca volvimos a ser los mismos. Jamás te olvidas de esa imagen. Estés donde estés sólo tienes que cerrar los ojos para volver a escaparte mar adentro en busca de aventuras. Creo más en el influjo del delfín que en los cantos de sirena. Uno vuelve siempre al mar queriendo encontrárselos, pero cada vez aparecen menos. El mar se está convirtiendo en un espacio peligroso para quienes atávicamente se habían acostumbrado a llegar cerca de la orilla. Los pescadores siempre cuentan viejas leyendas con ballenas y delfines. Posiblemente la mayoría de ellas estén inventadas, pero queda bien la presencia de los cetáceos cuando uno aspira a la épica.

Entre maniobras militares, vertidos incontrolados y técnicas de pesca abusivas estamos acabando también con las toninas. Así y todo se siguen asomando de vez en cuando. No conciben la barbarie ni la irresponsabilidad de los humanos. La inteligencia, además de demostrarse en la sociabilidad y el cariño, también se esconde en la sonrisa. Las toninas no paran de reír, o a lo mejor son cosas nuestras y confundimos su semblante con un dibujo pinturero que transmite alegría. Pero creo que sí ríen y disfrutan de lo lindo entrando y saliendo de unas aguas que a lo lejos acaban confundiéndose con la nieve más luminosa. Hace unos días moría otro nuevo delfín en nuestras costas. La noticia estaba publicada en los periódicos. Una hembra de delfín listado, de un metro ochenta de longitud, se dejó morir en Famara. Siempre me entristece la muerte de un delfín. A lo mejor fue Flipper el que nos marcó más de lo debido en las tardes cinematográficas de la infancia, pero más bien creo que se trata de una pena que asocio con la muerte de la alegría, o con un sueño que he mantenido siempre vivo desde que veía a las toninas saltar acrobáticamente entre el Puerto de Las Nieves y Guayedra. Si a mí me dieran a elegir el lugar en el que despedirme de la vida también elegiría Famara. Hace años, antes de que le borraran el horizonte con hormigón, hubiera elegido la playa de Agaete; pero ahora, si tuviera que elegir un lugar para guardar un último recuerdo, siempre me decantaría por la playa lanzaroteña. No creo que haya otra costa que afine tan bien la sinfonía del Atlántico. Supongo que gracias a ese sonido ensordecedor la hembra delfín lo tuvo fácil para llegar al otro mar, que como decía el poeta es el morir. La próxima vez que me acerque a Famara prometo acariciar su silueta de espuma en la primera ola que me moje los pies.

2 comentarios:

Treinta Abriles dijo...

Famara... tengo el sonido del viento y el mar, atrapados dentro de la caracola de mi oído. las figuras inversas que reflejan las aguas de forma mágica, encerradas en la caja de los recuerdos de mi mente y la paz y el sosiego espiritual en mi corazón.

Sin duda, el delfín, animal inteligente, supo elegir.

Editor dijo...

Qué bien que recuerdes tanta belleza y tanta intensidad oceánica. Quien ha estado allí lleva para siempre esa caracola que nombras como un amuleto sonoro que nos libra de la mediocridad. Un abrazo.