12 de octubre de 2009

Libros

Cada uno de nosotros ha ido escribiendo su propio argumento. Somos una historia irrepetible, una novela cargada de intrigas y de sorpresas que nadie puede predecir. Pero también somos lo que leemos y lo que hemos ido leyendo. Repasando los lomos de los libros que están en los anaqueles de nuestras bibliotecas también nos repasamos a nosotros mismos. Madame Bovary, Cien años de soledad, Mararía o Doctor Pasavento no es nunca el mismo libro. Depende de quien lo lea y lo haga suyo. Cada una de esas historias está unida a un paisaje, a un amor, a unos días convulsos, o a la felicidad de un verano. Nosotros leemos el libro, pero el libro también nos lee a nosotros. No sólo el vino es memoria; también los libros nos acompañan para siempre entremezclando sus argumentos con nuestros propios recuerdos.

Hubo profesoras en el instituto que me contaron cuánto había de aventura y de recorrido vital en una biblioteca. Me animaban a que empezara a guardar los libros que me fueran marcando. Poco a poco, aquel libro se multiplicó por otros cientos de libros que ahora me sirven para viajar en el tiempo. Pero el destino, que como digo es más imprevisible que una novela de Stieg Larrson, me ha vuelto alérgico al polvo y a la humedad. Apenas puedo abrir un libro de más de cinco años. Estornudo, moqueo y acabo congestionado y con media conjuntivitis. Para leer esos libros he de comprar una nueva edición, pero aun así me niego a desprenderme de ellos. Fue entre esas páginas donde vi perderse entre pasiones a Enma Bovary o donde Julian Sorel prometió matarse si no besaba a Madame de la Renal. Mi vida quedaría incompleta sin todas esas historias y sin todos esos libros reconocibles y cercanos.
Lo importante es leer y poder volver a la aventura siempre que requiramos argumentos que compensen la mediocridad en la que a veces se nos instala el mundo. Ahora está desembarcando el libro electrónico. No tiene el olor ni la textura de nuestras otras historias, pero lleva toda la magia que encontramos nosotros en las páginas de papel que amarillean o se descascarillan entre nuestros dedos. Vienen nuevos tiempos. El e-book me parece un invento formidable. Podremos llevar cientos de libros encima y ajustar su letra a la necesidad de nuestros ojos. Preservaremos el medio ambiente, y hará que el libro se acerque a las nuevas generaciones en el formato que demandan para entender el mundo. Vivir para ver. Y para leer. No queda otra. A Guttemberg lo rechazaron hace cientos de años por inventar la imprenta. Entonces se acabaron los copistas de los monasterios, pero se democratizó la cultura. No creo que ahora desaparezca el libro, pero todos esos argumentos y esos sueños digitalizados contribuirán a poner un poco más de lirismo en la virtualidad tecnológica que nos aguarda.

3 comentarios:

Jonás Oliva dijo...

Personalmente, soy absolutamente contrario a los e-books. Sus ventajas, como las que comentas, son evidentes, y no por ello me niego a su desarrollo, pero creo que leer en ese formato, simplemente, no es lo mismo. Y aunque soy joven, en este sentido sí soy más romántico y creo que la esencia de los libros vive en cada volumen físico, con su tapa, su olor, sus páginas, las historias que guarda más allá de lo escrito... Todo eso se pierde con la digitalización, se pierde buena parte de la magia de la literatura, del ritual de entrar en una librería o biblioteca y sentirte atraído por un ejemplar concreto... No, me niego a que también la lectura sea a través de una pantalla. Saludos ;)

Treinta Abriles dijo...

Depende de quien lo lea y de cuando lo lea: niño, adolescente, joven, adulto, viejo...

"El Camino", fue el primer viaje, obligado, que me brindó el instituto, y del que pude disfrutar.

A mis quince años, lloré porque todo termina, porque sentí ese vacío inmenso en el estómago, ese que se siente al recordar lo que has perdido para siempre, lo que nunca volverá, al darte cuenta de que, lo que has sido, lo que eres, lo habitual, va a cambiar tanto, que pasará a ser anecdótico. Un sueño que no sabrás si has vivido o inventado, al pasar de los años.

Editor dijo...

A mí tampoco me falta romanticismo, Jonás, pero creo que hay que saber adaptarse sin miedo a las nuevas posibilidades tecnológicas. Piensa, además, en la democratización de la cultura y en el hecho de que mucha gente (que ahora se ve frenada por las editoriales) puede dar a conocer su obra masivamente para que sea el lector el que la juzgue; pero repito que, a corto plazo, no creo que muera el libro, y mientras exista iremos alternando. Los niños de ahora sí piendo que leerán en el formato en el que se están criando en este momento.
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Querida Bea, todos estuvimos marcados por el mismo "Camino" que nos trazó magistralmente Delibes.