5 de octubre de 2009

Sentados

El tiempo pasa más rápido de lo que uno imagina. Hace apenas un par de años veíamos llegar a nuestros padres del trabajo todavía jóvenes, con la misma edad que ahora tenemos nosotros, y probablemente con sueños, miedos y anhelos parecidos a los nuestros. Un buen día, como mismo hemos ido pasando nosotros del parvulario a la universidad, y de ahí a los distintos trabajos, les dicen que se acabó su ciclo laboral, que están viejos y que deben quedarse en casa o en el banco de una calle peatonal a ver pasar las horas mientras los demás seguimos produciendo. Esos viejos que vemos sentados en los bancos de Triana cada mañana tenían veinte años cuando Jimi Hendrix revolucionaba el sonido del rock con acordes imposibles, o cuando los Beatles o los Rolling andaban reinventando el mundo y la música. No nacieron así. También tuvieron veinte años. Y quien tuvo veinte años una vez nunca olvida. Los lleva siempre puestos a todas partes aunque los demás nos empeñemos en que se sienten a esperar lo inevitable.

No se valora a los viejos en nuestra sociedad acelerada, virtual y hedonista. Los echamos a la calle justo cuando más pueden aportar, y nunca los llamamos para que nos cuenten cómo afrontaron ellos una crisis financiera cuando eran ejecutivos de grandes bancos, un muro de contención cuando eran maestros de obras, o una táctica para evitar una goleada cuando eran entrenadores de fútbol. Pasamos ante ellos como si nunca se hubieran dedicado a nada, o como si no tuvieran nada que enseñarnos. Y no es que el paso del tiempo aporte sabiduría. Depende mucho de cómo se trabaje y de cómo madure cada uno, que también es verdad que da lástima ver cómo algunos de esos viejos se comportan y piensan igual que cuando estaban sentados en el mismo banco con quince o dieciséis años. Hay gente que no sale nunca de la edad de la bobería. Pero creo que la gran mayoría, por la experiencia que aporta la vida, y por los propios conocimientos que van adquiriendo, nos podría explicar de qué va esto de la existencia y de las supuestas crisis vitales o financieras que amenazan con echarnos abajo todo el montaje. En las miradas de muchos de ellos hay viajes de ida y vuelta a Cuba o Venezuela, dignidad por haber defendido sus ideas a pesar de las persecuciones, orgullo por haber enseñado latín o matemáticas a varias generaciones, o satisfacción al comprobar que los muros de las casas que edificaron siguen en pie, sin todas esas grietas que aparecen ahora en las paredes por hacer las cosas a la carrera, sin jeito, y sin contar con la experiencia del que sabe. Sólo hay que pararse y escucharles. Algún día seremos nosotros los que estaremos en esos mismos bancos. No me gustaría nada que me miraran como ahora mismo les estamos mirando nosotros a ellos.

4 comentarios:

Treinta Abriles dijo...

Bueno... nosotros si, pero tú no, que te he visto conversar con ancianitas prestándole toda la atención del mundo.

Sin duda, somos todo lo que hemos sido, niño, adolescente, jóven, aduto... todos ellos, viven dentro, y de vez en cuando, se les puede escuchar dando su opinión.

Editor dijo...

Casi todos los mayores acumulan sabiduría y experiencia. No acercarse a ello es como despreciar un paraíso. Un abrazo

Meiga dijo...

(..)Son como niños en cuerpos grandes, agotados, menguantes y cercanos a la fecha de caducidad. Como los niños son sorprendentes, aunque ellos ya no se sorprenden de nada. Tienen ramalazos caprichosos y, sobre todo, tienen en común que suelen ser muy tozudos(..)

Esto es parte de algo que escribí ya hace un tiempito en mi blog. Siempre me ha fascinado el mundo de los niños y su paralelismo con el de los ancianos.

Creo que no sueles ir por mi blog, así que te dejo el enlace por si te apetece leerlo, es que allí está todo lo que te podría comentar y me encantaría recibir tu visita.

Un abrazo...

http://luzdeluna-karmen.blogspot.com/2008/09/son-como-nios.html

Editor dijo...

Muy hermoso lo que escribes. Karmen. Sí suelo visitar tu blog, y ya te comenté un día que me gusta mucho y que comparto tu manera de entender la palabra. Un fuerte abrazo, Santiago