26 de octubre de 2009

Sueños

Cada paso que damos alimenta un sueño. Uno no sabe nunca qué es lo que acabará guardando el cerebro para entretener las horas muertas de la noche. A veces deseamos que la dicha de un amor o de un momento memorable no pare mientras dormimos; pero luego cierras los ojos y todo se te viene abajo de inmediato entre temores y miedos que te despiertan sudoroso en mitad de la madrugada. Se entiende que nosotros también contribuimos a la escritura de esos guiones sorprendentes y desconcertantes. Nada de lo que trajina el cerebro nace por generación espontánea. Por eso hay que saber siempre dónde se mira, qué se lee, qué se escucha y hasta qué se piensa. No nos queda otra que intentar vivir en armonía para conciliar plácidos sueños. La vida que llevamos y los telediarios que vemos a diario sólo generan pesadillas.

Anoche fuiste otro sin dejar de ser tú mismo. Durante horas tu mente navegó por donde quiso, y aunque al despertar te pudiste acordar remotamente del final de ese sueño, a medida que pasa el día lo vas olvidando. Hay una parte de nosotros condenada casi a diario al olvido. No podremos entendernos hasta que no comprendamos los mensajes que nos llegan a través de los sueños. Lo mejor sería apuntarlos según nos despertamos, y luego tratar de analizar los porqués de todas las imágenes que fueron apareciendo. No soñamos por soñar. Todo tiene una razón de ser. Los surrealistas sabían mucho de eso, y gracias a esas búsquedas oníricas pudieron dar con formas que difícilmente engendraría la razón. A mí siempre me ha gustado escribir cuando acabo de despertarme. Aún anda nuestro cerebro acostumbrado a crear libremente, y a poco que lo estimules con un té o un café te brinda argumentos inesperados. Esto que lees, por ejemplo, no creo que lo escribiera a las cinco de la tarde, después de un día de trabajo, y tras un bombardeo interminable de información. A esas horas escribiría crónicas periodísticas o novelas que apuntaran al realismo. Sin embargo, acabado de despertar, el cerebro todavía divaga y se arriesga con contenidos más abstractos. También deberíamos saber que todos, absolutamente todos, llevamos un novelista metido en nuestro cerebro. Las historias que soñamos parten de nosotros mismos, así sean argumentos disparatados o narraciones que algunas veces tienen más coherencia y más sentido que la propia realidad. Pero ya dije al principio que esos contenidos dependerán de cómo nos trabajemos cada hora que estamos despiertos acumulando penas o alegrías. Ahí es cuando realmente nos escribimos a nosotros mismos. Ya de madrugada, el cerebro lo único que hace es darle un poco de sentido a todos esos sueños que siempre nos parecen imposibles.

2 comentarios:

Jonás dijo...

Yo muchas veces escribo en sueños, y resultan ser las historias que más me apasionan y me agradan. Si las plasmara en papel, habría publicado miles de novelas. Pero, por fortuna, éstas, las de los sueños, me las suelo reservar para mí, para mi disfrute personal.
También sucede que, a veces, he tenido sueños repetidos. El mismo lugar, los mismos protagonistas... y, aunque no es habitual en mí recordarlos, en estos casos me viene esa sensación de un libro ya leído, una historia conocida, un sueño ya soñado... y en el mismo sueño, no soy capaz de distinguir entre sueño y realidad, si fue una historia real o imaginada, ni si fue mientras dormía o estando ya despierto.

Son una fuente de inspiración importante los sueños... se puede vivir sin ellos?

Saludos!

Editor dijo...

Lo que se escribe en sueños, Jonás, es lo único que acabará perdurando. Un fuerte abrazo.