30 de noviembre de 2009

Invasores

Qué pensarán los mirlos, los capirotes o los pinzones azules cuando los ven aparecer entre bocinazos y músicas atronadoras. La cumbre de la isla se ve invadida cada fin de semana por furgones preparados para improvisar una discoteca en cualquier lugar. Ya no se va al campo a respirar puro o a pasar un día con la familia tomando cuatro vinos y asando unas chuletas. Ahora llevan también el ruido. No entiendo para qué tienen que hacer tantos kilómetros. Si a lo que van es a escuchar música, lo más lógico sería que se quedaran en su casa o que improvisaran una fiesta en cualquier descampado cercano. Y no me quiero poner cursi ni tampoco pretendo ridiculizar cuando apelo a los pájaros de nuestras cumbres. No sé si hablan entre ellos, pero si lo hacen me puedo imaginar las conversaciones cada vez que ven llegar a todos esos desalmados dispuestos a gritar y saltar hasta que el cuerpo aguante. Lo bueno para ellos de esas incursiones es que luego se encuentran toda clase de alimentos para picotear durante varios días. Si te echas a caminar por los barrancos y las montañas de Gran Canaria te puedes encontrar con montones de basura en cualquier parte. Llegan, se emborrachan, escandalizan y ensucian. No son todos, ya lo sé, pero cada vez son más los que responden a esa sucesión de verbos desagradables.

En esas incursiones cumbreras que tanto nos apetecen ahora que llega el frío y que todo se cubre de verde también nos podemos topar con los salvajes que destrozan los caminos reales o cualquier pedazo de tierra que esté sin vallar o sin plantar, aunque hay veces que se cuelan entre plantaciones de papas o de calabazas. Te los encuentras en grupo entrando y saliendo de los caminos con sus motos de cross, sus quads preparados para dejar sordos a los pinzones azules o con unos 4x4 con más prestaciones que los que se aventuran en el París Dakar. De estos últimos recuerdo que llegaron a meterse una vez en los campos de Barranco Seco en los que entrena la Unión Deportiva. Como vean algo verde o un paisaje idílico lleno de flores, su pronto destrozador les lleva a acelerar y a hacer trompos hasta que no quede un pétalo o una ortiga a la vista. Les estamos dejando que se salgan con la suya, y cada vez hay más. Te lo cuentan los que salen habitualmente de caminata los fines de semana, y cualquiera se los puede encontrar por esos campos que no tienen culpa del pronto depredador de esos descerebrados. Cualquier día de éstos nos sacarán a nivel nacional en algún remedo de Callejeros en versión campestre y volveremos a ver fantasmas y campañas contra la isla por todas partes. Es lo que tenemos. Nadie se está inventando nada. O detenemos ese deterioro y esos comportamientos, o al final aquí también se repetirá la historia de los bárbaros arrasando los paraísos.

4 comentarios:

josé luis dijo...

Bien describes a los "Hunos y a los Otros" en su disparatada forma de entender el ocio. Y lo malo que si les dices algo puedes acabar malparado. ¡Cosas de un falso progreso!

Saludos.

Editor dijo...

Pero en la medida que podamos y que nos dejen debemos intentar denunciar esos atropellos. Un abrazo

Anónimo dijo...

Recuerdo que, cuando comenzamos con esto del botellón, era la solución perfecta para seguir hablando, riendo y tomando una copa, cuando todos los bares del pueblo habían cerrado.

Entonces, pedíamos "la última" en vaso de plástico y nos la tomábamos en un lugar emblemático, al fresco del río, contemplando las estrellas. Recogíamos todo lo que no estaba cuando llegamos (incluso algo más)y lo tirábamos en un contenedor del pueblo.

¿En qué momento degeneró todo hasta convertirse en una macro-fiesta improvisada, convocada en internet sin permiso alguno, en la que el ruido te impide hablar y las luces ver las estrellas?

TreintaAbriles

Editor dijo...

Nosotros Bea, éramos más de guitarra o de radiocasette que no molestaba a más de veinte metros. Supongo que también seríamos un poco coñazos alguna vez, pero éstos de los que hablo no conciben la diversión sin molestar a todo el que tienen alrededor. Un abrazo