7 de diciembre de 2009

Puentes

Los puentes salvan precipicios y barrancos, pero también nos permiten saltar por encima de los días laborables. Los niños, cuando notan que la luz de la mañana ya se cuela por la ventana, siempre sueñan con un festivo que les salve del colegio. Los adultos también querríamos soñar lo mismo, pero estamos empeñados en no darle oportunidades a los sueños, quizá por haber tenido más tiempo para comprobar que por cada domingo nos corresponden muchos más días laborables. Nada es comparable a aquella sensación que teníamos cuando, en el momento de abrir los ojos, nos dábamos cuenta de que efectivamente era domingo y podíamos seguir un rato más en la cama. Se cumplían los sueños y se celebraban como deberían celebrarse toda la vida. Ahora nos levantamos de la cama un domingo casi con la misma desgana que un lunes. Los niños, en cambio, aún saben ponerle cara a las mañanas y no han olvidado la sonrisa con la que deben interpretarse los días de fiesta.

Esa sensación de alegría inmensa aumentaba cuando sabíamos que al domingo le seguían unos días de vacaciones o la coincidencia de un puente largo como el que tenemos ahora. Nos daba igual el santo o la efeméride que se conmemorara: lo que nos valía era la sensación de que las horas ya no estaban programadas entre el dictado, la raíz cuadrada y la cordillera penibética. Los puentes eran siempre bienvenidos, y desde niños aprendimos que lo sabio es saltar por encima de todos los abismos que amenacen con impedirnos cruzar de una punta a otra punta de los días que vamos viviendo. Preferimos la altivez y la luminosidad del puente a la sumisión del túnel oscuro y tenebroso que siempre serpentea por debajo de los sueños y de la tierra. Esa sensación espacial es la misma que se transmite luego a la vida diaria. Los puentes de nuestros calendarios comunican un festivo con otro festivo salvando la estulticia de los días laborables. Lo lógico sería que todos los festivos se juntaran y se convirtieran en puentes, o que cuando hubiera sólo un festivo se pasara a un lunes o a un viernes. No nos sirven de nada las fiestas de los miércoles. Eso lo saben hace años los ingleses. Todos sus festivos están unidos a los fines de semana. No se resiente la economía porque no se rompe el ritmo productivo, ni los ciudadanos se quedan en babia sin saber qué hacer o adónde ir en mitad de la semana. Nuestros festivos, en cambio, están peor trazados y sólo de vez en cuando es el azar el que nos permite saltar de orilla a orilla con una cierta coherencia. Pero por una vez podríamos dejar de depender de la suerte para hacer que cada año tuviera muchos más sueños cumplidos. Ese niño que aún camina con nosotros seguro que nos lo agradecería eternamente.

3 comentarios:

Beatriz Sy dijo...

Muy cierto, que a media que crecemos afrontamos peor el amanecer.Si no fijense en los pequeñines de las casas, son los primeros que abren los ojos con ganas de comerse el mundo, a medida que pasan los años, es como si esas ansias se perdieran y el cansancio nos pegara a las sábanas y cuando no queda otro remedio que saltar de ellas... donde están las sonrisas?

Anónimo dijo...

Ese niño que todavía somos...

TreintaAbriles

marmas dijo...

Pues yo con casi 40 años, soy el primero que me levanto , con ganas a comerme el mundo , para poder llevar a cabo todos mis sueños........¿ se apuntan ?