23 de diciembre de 2009

Tres pescados

Los tres pescados me estaban mirando suplicantes. Me había gastado un dineral en ellos y ahora tenía remordimientos. Estaban muertos, de acuerdo, pero estaban en mi casa, asesinados, sin escamas y con la sangre todavía húmeda en las agallas. El gato nunca había sido tan feliz, y yo creo que incluso se excitaba con la mirada apenada de los peces muertos. Apenas si dejó las raspas, y encima el cabrón sacaba la lengua como para que le pusiera más muertos en su bandeja. Nunca más pienso leer un libro que tenga que ver con la reencarnación. Tampoco compraré jamás pescados con ojos de niños muertos.

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