8 de marzo de 2010

Saturaciones

Casi todo es compulsivo últimamente. Te saturas o te saturan. No hay término medio. Nos atiborramos de comida, de noticias o de fútbol. Si en literatura funciona un libro, al mes siguiente tienes cientos de libros con argumentos y temáticas similares ocupando todas las mesas de novedades. Apenas llegamos a digerir. Nos movemos en un constante empacho que nos vuelve cada día más vulnerables. La obesidad avisa en el cuerpo con michelines, con niveles altos de colesterol o con una diabetes cada día más descontrolada; pero en la mente su daño es más peligroso porque no se manifiesta hasta que te desarma y te deja medio lelo sin saber qué está pasando a tu alrededor. El cerebro necesita su tiempo para interpretar lo que ve o lo que lee, y también para cuestionar todas esas falsas promesas que tratan de vendernos los políticos cada dos por tres. Si no le dejamos esos respiraderos lo más probable es que acaben haciendo con nosotros lo que les dé la real gana.

Te saturan con mil informaciones contrapuestas y no sabes a qué madero agarrarte en esta tempestad de datos macroeconómicos, decimales que no controlas y estudios supuestamente enjundiosos de instituciones de las que no habías oído hablar hasta hace sólo unos meses. Una mañana te levantas escuchando que la cosa mejora porque lo dice una sigla, y a la mañana siguiente otro estudio de otra sigla diferente te argumenta lo contrario. Pasamos del PIB a la OCDE o del FMI al BCE como si fuéramos conspicuos economistas, cuando la verdad es que no nos enteramos de nada. Un día nos cuentan algo del índice Nikkei y al siguiente nos vienen con datos del Dow Jones que confirman no sé qué desastres previsibles del Ibex 35. Nos marean con las siglas y con los datos técnicos para que no sepamos de qué va el juego. Todo consiste en llenarnos la cabeza de números para que no seamos capaces de interpretar lo evidente: que la cosa no funciona y que todos esos especuladores no amasan el pan, ni atienden a pacientes en hospitales, ni se han visto en la cola del paro, ni tampoco se quedan estupefactos ante la subida vergonzante de la cesta de la compra. Para que no nos demos cuenta nos atiborran de fútbol todos los días, nos sacan farotonas y suripantas contando sus proezas en programas de cotilleo, o nos presentan a salvajes descerebrados que se tocan provocadoramente las pelotas en un medio de comunicación que pagamos usted y yo a tocateja. No permiten que te pares para que no pienses o dejes de consumir. Tampoco les interesa que cuestiones el sistema de valores en el que nos estamos moviendo. Nos quieren compulsivos y narcotizados por las pantallas y por la saturación de datos. Saben que así somos lastimosamente manipulables.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Lo peor es cuando pasas a ser parte de las estadísticas o te obligan a disfrazarlas.
Somos totalmente manipulables.

Editor dijo...

Nadie debe nunca convertirse en un número. Un abrazo