5 de abril de 2010

El teleférico

No confundamos nuestros pasos con los de la naturaleza. Nosotros crecemos, nos multiplicamos y un buen día decimos adiós, cada cual según haya vivido, más o menos satisfechos en función de nuestras coherencias, nuestros aprovechamientos del tiempo y nuestras propias experiencias vitales. El que siempre está volviendo a la infancia resulta un melancólico insoportable, y el que con cincuenta años se viste como si tuviera diecisiete queda grotesco aunque no lo sepa y piense que sigue siendo un Marlon Brando. Hay que saber cambiar con los tiempos que nos corresponden. Los que se niegan a evolucionar se vuelven rancios y desprenden ese olor a naftalina de las casas viejas y poco ventiladas.

El paisaje y la propia naturaleza sí que tienen unos ritmos y unos tiempos que nunca se pueden parecer a los nuestros. La efímera existencia de una flor o de una mariposa no cuadra con nuestra necesidad de años en el planeta; pero también nos sobrepasa la vida de una montaña o de una roca, esos millones de años que fueron necesarios para que se creara un valle o una de esas costas que a veces parecen trazadas con el cincel del más inspirado escultor. El Roque Nublo es un milagro de esa naturaleza milenaria que nos deja sin palabras cuando nos asomamos a los abismos cumbreros de Gran Canaria. No sé cómo en medio de esa belleza se puede plantear un trazado de cables y cabinas para relanzar la economía de la zona. No aprendemos de los errores ni de los destrozos paisajísticos que han ido alejando a ese turista que buscaba justamente lo que nos hemos ido cargando. Los pocos sibaritas del paisaje que nos visitan lo hacen justamente por los barrancos y las cumbres limpias de hormigón y cemento que aún mantenemos a salvo. Un teleférico, para qué un teleférico. En lugar de aquella tempestad petrificada que encandiló a Unamuno tendríamos una tempestad electrificada, codificada y de un futurismo hortera de nuevo rico. Si no nos espabilamos, un día subimos a Tejeda o Artenara y encontramos esos cables delante del arrebol espectacular que en el ocaso hermana al Teide con el Roque Nublo y el Bentayga. Y cuando ya esté el teleférico querrán poner telesillas para subir a la cumbre desde San Mateo o helicópteros desde los que poder contemplar a mucha más altura los barrancos luminosos que inspiraron a Néstor Álamo. Somos pueriles y confundimos la realidad con la televisión. Si los dejamos nos destrozan los pocos lugares en los que todavía podemos reconocernos. Nuestros antepasados aprendieron a admirar sabiamente esos paisajes desde cualquier degollada. Ninguno de ellos envidió nunca la vista de esos cernícalos que saldrían definitivamente espantados de la isla si también se encontraran cables en medio de la nada.

10 comentarios:

Anónimo dijo...

Más claro el agua que ha mojado los campos haciendo lucir las tabaibas en todo su esplendor. He subido a las cumbres estos días para deleitarme con esos paisajes únicos que ahora algunos pretenden convertir en un nuevo testimonio de esta época hortera en la que todo llega a ser manipulable desde postulados mercantilistas buscadores de un enriquecimiento inmediato, siempre de unos pocos.

Decididamente NO AL TELEFÉRICO ABSURDO ni a ninguna otra opción que atente contra la diversidad paisajística de estas islas.

Riforfo Rex dijo...

Lo del teleférico responde a esa mentalidad que ante hermosos paisajes visualiza urbanizaciones de lujo; una pradera es un espacio urbanizable lastimosamente desperdiciado; un bosque, el almacén de una empresa maderera; los árboles, intrusos ocupando suelo.

Belkys dijo...

Otra vez me vienen a la mente los "hombres grises", no puedo evitarlo. Están por todas partes, en islas y continentes. También pienso en "la estupidez humana" de la que hablaba Dante, el maravilloso loco de "Hombre mirando al sudeste".El día que visité ese sitio que nombras, no recuerdo cuántos minutos estuve aguantando la respiración.Fue hace mucho tiempo ya, pero puedo rememorar cada detalle de tanta majestuosidad.Pobre naturaleza, no lo entiendo, igual que no entendí que asesinaran a aquellos tres tigres que escaparon hace unos días de Cocodrilo Park.¿Será que la estupidez nos está haciendo un guiño insolente y se va a salir siempre con la suya?Espero que no.Los cernícalos te estarían muy agradecidos por este artículo. Un abrazo

Editor dijo...

Tienes toda la razón Riforfo.
*
Muchas gracias, Belkys. Lo de los tigres fue algo imperdonable. Qué tristeza y qué destino más cruel.

Belkys dijo...

Sí, qué tristeza, cuánta crueldad, cuánto desamparo, impotencia, desamor,rabia. Unos decidiendo sobre la vida de otros...Pasa con los tigres y con los hombres. En fin, sólo quedan las palabras para denunciarlo, para limpiar el alma de lo que duele e intentar que se den cuenta de su torpeza. Gracias a ti, siempre, por mantenernos a salvo del lado de las palabras y del corazón.

Editor dijo...

Nuestra vida y la de ellos pasa por el mismo hilo frágil que luego nos devolverá al olvido. Se supone que nos separa la racionalidad, pero cada vez tengo más dudas.

Belkys dijo...

Mi madre suele decir que los animales son mejores que muchos humanos que ella conoce. Recuerdo, hace ya algunos años, en mi pueblo natal, recogimos una perrita que algún desalmado había abandonado en la calle. Una vecina nuestra la había bautizado como Chichita, y diariamente le llevaba de comer al rincón que ella había escogido como refugio, para evadir patadas, insultos y una jauría de machos callejeros que la acechaban. Mi vecina decía que Chichita no aceptaba la comida, que estaba deprimida. Gracias a la generosidad de mis padres, pude traerla a casa(ya teníamos otra perra, también adoptada).Después de bañarla y curarle los parásitos y las heridas, Chichita recuperó la vida y la alegría. En las tardes me sentaba en la terraza,entonces ella apoyaba sus paticas en mis rodillas, se quedaba mirándome un buen rato, con unos ojos profundos, llenos de amor. Luego recostaba la cabeza en mis piernas y suspiraba. Mi madre decía que me estaba dando las gracias. No supimos hasta varios días después que Chichita no había llegado sola:tenía tres cachorros en su panza. Perdona, me he extendido mucho, pero quería compartir este entrañable recuerdo. Un abrazo

Editor dijo...

Esa historia me recuerda a la de Mansita, la perra que estuvo más de diez años en casa de mi abuela: la encontraron mis primas llorando, dentro de un saco: algún bestia pretendía que muriera asfixiada. Fue feliz con nosotros. Luego tuve a Gilda en casa, doce años de alegrías diarias. Su muerte fue uno de los golpes más tremendos de mi vida. Ahora tengo a Fleco, un perro de dos años que cogimos en la perrera. Le tiene pánico a la gente porque fue maltratado. No habla, pero su mirada, cuando le entra el miedo, te dice cómo lo tuvo que pasar. Lleva año y medio con nosotros y jamás he conocido un ser vivo con tanta ternura y tanta bondad. Hemos tenido una suerte tremenda con él.

Belkys dijo...

Fleco, qué nombre tan original y adorable. Qué historias tan hermosas. Mi madre se pelea constantemente en plena calle con la gente que maltrata a los perros y a los caballos que tiran de los carros, y la tildan de loca. En mi tierra, cuando los perros van a la perrera, no tienen posibilidad de ser adoptados. Los matan con gas, al estilo nazi. Hay tantos animalitos enfermos y sarnosos, como espectros por las calles. Mi padre les da de comer y siempre anda con una legión de perros siguiéndole, y agradeciéndole tanta generosidad.
Sí, el dolor cuando mueren es enorme. Dejan un hueco en la casa y en el alma.Bim, Campeón, Negrita, Mofly, Chichita y Cuca, no tenían pedigrí, eran "satos", como les llamamos allí, pero esa mezcla los hacía tal vez más auténticos, más cariñosos. Los recuerdos de lo vivido junto a ellos, me salvan muchas veces de la tristeza y la soledad.

Editor dijo...

Tu madre dignifica la existencia humana con esa actitud diaria. Aquí ha pasado lo mismo que en tu tierra durante muchos años, pero poco a poco parece que vamos cambiando. Admitir el maltrato animal es aproximarse a la admisión del maltrato humano. No lo soporto. Menos mal que en Canarias prohibimos hace años las corridas de toros, ese atavismo asesino que algunos tratan de justificar con el arte. También mi historia más personal se escribe con los nombres de los perros que he querido, casi todos, como los tuyos, sin pedigrí. He escrito mucho sobre ellos. Si realmente, como dice el poeta, se ha de mojar la pluma en el corazón para escribir, es inevitable que aparezcan ellos cada dos por tres. Un abrazo.