17 de mayo de 2010

Distancias

Nuestros argumentos diarios se escriben en los pequeños detalles inesperados. Los grandes momentos nos superan, nos aturden y nos sitúan fuera de nosotros mismos. Esas vivencias supuestamente memorables pasan muchas veces al recuerdo sin que las hayamos disfrutado lo más mínimo. No cambio una relajada comida familiar por un almuerzo de alto copete. Cada día reivindico más la naturalidad y el sosiego, la bendita sencillez que te permite ser tú mismo todo el tiempo, sin fingimientos protocolarios. Ese día a día resulta una aventura fascinante si sabemos mantener a salvo nuestra capacidad de sorpresa y si dejamos que nuestra mirada se pose donde mismo apunta el corazón. Si forzamos más de la cuenta corremos el riesgo de extraviarnos en el papel de un personaje que cada vez se irá pareciendo menos a nosotros.

Los pequeños sucesos que varían nuestros propios argumentos son siempre imprevisibles. A mí esta semana se me cruzaron, con una diferencia de pocos minutos, dos situaciones aparentemente distintas que estaban condenadas a encontrarse. Primero leí un emocionante poema de Wistawa Szymborska, una de mis escritoras de cabecera a la que vuelvo una y otra vez; y más tarde me encontré conmigo mismo veinticinco años atrás. La poeta polaca escribía sobre la adolescencia y sobre lo poco que se parece aquél que fuimos al que somos hoy en día: “hay tantas diferencias entre nosotras/que probablemente sólo los huesos son los mismos”. En el otro escenario posterior, cuando encendí el ordenador y me conecté a mi cuenta de Facebook, me encontré con una foto, que no sabía que existía, en la que estábamos algunos de los integrantes de la pandilla de los veranos de Agaete de hacía veinticinco años. La foto la había compartido una de las amigas de entonces, y en ella aparecíamos en la zona de Las Salinas con guitarras, libretas con poemas y aquel gesto de infinita felicidad que nos contagiábamos los unos a los otros cuando estábamos juntos. Yo estaba en el centro de la fotografía, me reconocí sobre la marcha al lado de dos amigos a los que no veo hace más de veinte años. Me reconocí como era entonces, pero no como soy ahora. No tengo nada que ver con aquel otro. Tenía mucho más pelo y la cara más aniñada. Su mente también funcionaba de otra manera. Era más visceral, más soñador, más enamoradizo. No sé cuál de los dos es mejor, pero no soy él. La clave me la había dado Szymborska pocos minutos antes de ver la fotografía: “Si de repente, aquí, ahora, se plantara ante mí, / ¿tendría que saludarla como una persona próxima, / a pesar de que es para mí extraña y lejana?” No, ya no es una persona próxima. Prefiero seguir pensando que en las fotografías perdemos siempre el alma por querer detener el tiempo.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Copio aquí, Olvido, un poema que me gusta mucho de Szymborska y que copié hace mucho...

Retrato de mujer

Debe ser a elección.
Cambiar para que no cambie nada.
Es fácil, imposible, difícil, vale un intento.
Sus ojos son, si cabe, una vez azules, otra vez grises,
negros, alegres, sin causa llenos de lágrimas.
Duerme con él como una cualquiera, única en el mundo.
Le parirá cuatro hijos, ningún hijo, uno.
Ingenua, mas la que mejor aconseja.
Débil, mas podrá con el peso.
No tiene cabeza, pues la tendrá.
Lee a Jaspers, y revistas de mujeres.
No sabe el porqué de este tornillo y construirá un puente.
Joven, como siempre joven, todavía joven.
Sostiene en sus manos un gorrión alirroto,
su propio dinero para un viaje largo y ajeno,
un mazo, una compresa y una copa de vodka.
¿A dónde corre? ¿no está cansada?
Que no, un poco, mucho, no pasa nada.
O le quiere o se empeña.
Por lo bueno, por lo malo y por el amor de Dios.

(Creo que se han roto los versos).

Editor dijo...

Muchas gracias por el poema. Un abrazo