31 de mayo de 2010

Viajes

El viaje está en nuestra propia mirada. Da lo mismo lo lejos que vueles o los anuncios satinados y edénicos que te muestren en las agencias. Siempre seguirás viajando contigo donde quiera que vayas. Cualquier mañana puede convertirse en una aventura irrepetible. Vivir es un viaje que improvisamos según abrimos los ojos. Incluso los sueños forman parte de ese argumento diario que hace que la vida jamás sea monótona o tediosa. Todo se transforma a cada segundo. También tú eres otro distinto cada vez que la aguja del reloj avanza por el minutero de tu propia existencia. Acumulas penas y alegrías, encuentros que cambiaron tu destino y cruces de caminos que determinaron tu futuro y el de las personas que más amas. Ningún minuto es baldío. Todo tiene su razón de ser. Si te dan tiempo, acabas descubriendo que hasta las experiencias más descorazonadoras sucedieron para algo. Nos reinventamos a diario buscando la felicidad. Así sobrevivieron todos nuestros antepasados. Nosotros también venimos con esa misma carga genética que nos predispone inevitablemente a la supervivencia.

Los viajes más emocionantes son los que tienen lugar alrededor de nosotros mismos. No importan ni los escenarios ni las estaciones. Tu experiencia vital, tu imaginación, los libros que has leído o las películas que has ido viendo te ayudarán a recrear historias en cualquier calle por la que transites. Da lo mismo que estés en Buenos Aires, en Tokio o en París. Hay muchos que viajan lejos y no logran salir nunca de sí mismos. Les falta esa mirada que nombraba al principio. Tú, en cambio, puedes recorrer el pasillo de tu casa y experimentar mayores placeres y aventuras que las que encontrarías en el Amazonas o en una playa de Bora Bora. Ya el refrán hablaba de aquellos viajes para los que no hacían falta tantas alforjas, o el mismo Quevedo recordaba en El Buscón que mudando de lugar no se muda de conducta ni de expectativas vitales. Uno va consigo mismo a todas partes, al cuarto de baño o al Metropolitan de Nueva York. No hay minuto que no sea grandioso mientras estés vivo y puedas respirar profundamente. La mirada de quien te quiere siempre es un horizonte seguro en el que te puedes perder por caminos sorprendentes. Bienvenidos sean los extravíos dentro de uno mismo o junto a quienes amamos. No todo cuesta dinero. No pagamos absolutamente nada cuando nos invitaron a formar parte de este viaje en el que hemos terminado coincidiendo con otros muchos millones de viajeros tan desorientados como nosotros. Vivimos tiempos difíciles, pero no podemos dejar de confiar en nuestro destino. Tú eres tu propia aventura diaria. Cada paso que das se convierte siempre en un viaje fascinante, imprevisible.

1 comentario:

Bi dijo...

El viaje interior a nuestros sueños es, efectivamente, lo que nos hace libres. Hay un camino que va dibujando el alma; es el único cierto; el único que realmente vale la pena. Da igual si dejas, como Pulgarcito, migas de pan para el regreso. Tal vez sea mejor no volver. Hermosas palabras, escritor, como la más tierna de las profesías.