No resulta fácil cambiar de casa.
Hay corrientes de aire, olores,
o pequeñas victorias cotidianas
que estás traicionando cuando te vas.
Uno no puede cambiar de escenario
y pretender que la obra siga siendo la misma.
Cualquier casa pudo haber sido la última casa,
y en cada una de ellas se queda algo de nosotros.
No se cierra para siempre una puerta que fue nuestra:
volvemos irremisiblemente a la cueva,
y a todas las cuevas en donde nos escondimos.
No sirve de nada que jures que ya se acabó,
o que tires la llave al mar.
El tiempo te acabará trayendo de nuevo.
Incluso cuando estés lejos.
También cuando ya estés muerto.
Siempre estarás aquí.
1 comentario:
Son los recuerdos de esas casas-sobre todo los vividos en la infancia-los que nos salvan cuando tenemos que cerrar la puerta y alzar el vuelo.Sonidos, olores, hasta la pintura que va desentendiéndose de las paredes, todo se va apretujado en la maleta.
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