28 de junio de 2010

Niños

No sé en qué momento dejamos atrás al niño que fuimos. De vez en cuando reaparece, pero casi siempre lo empujamos al olvido antes de que influya en alguna decisión más o menos trascendente. Si por él fuera, la vida sería una aventura diaria en la que no habría que desperdiciar ningún segundo. Lo vería todo mucho más fácil, sin todas esas complicaciones y todos esos miedos que nos paralizan después de firmar la primera hipoteca. Aquel niño que fuimos apostaba por el optimismo y por la alegría aunque el mundo se estuviera viniendo abajo a su alrededor. La vida era un juego. Lo sigue siendo. Da lo mismo que la queramos convertir en una obligación de horarios y de malos augurios desconcertantes. Siempre ha sido complicada, marrullera e inasible. Si perdemos el sentido del juego, tan parecido a la esencia a la propia vida, nos acabaremos desorientando inevitablemente. Una sonrisa sigue siendo capaz de iluminar una mañana. Ese niño que llevas dentro es quien único puede poner cordura en este sinsentido de noticias catastróficas y previsiones económicas cada vez más enrevesadas e ininteligibles.

Hace unos días estuve en el circo. Supuestamente iba para acompañar a un niño que no paró de aplaudir, de reír y de sorprenderse con cada una de las atracciones que iban apareciendo debajo de una carpa que por sí sola ya es capaz de convocar a los sueños más grandiosos. Miraba a los otros mayores que acompañábamos a los niños mientras alguien se asomaba al abismo desde el trapecio o cuando un payaso se empeñaba en buscar la sonrisa cómplice apelando a la sencillez del gesto o a la grandeza de la bendita ironía. Realmente los que habíamos ido al circo éramos los mayores que durante un par de horas dejamos atrás todo aquello que no se concibe cuando la vida se escribe bajo esa lona colorista que nos devuelve de inmediato a nuestra propia infancia. Ese niño que nos podría salvar con su sonrisa y con su capacidad de asombro se había liberado por completo y había dejado en la puerta de la calle al aburrido pesimista que no duerme porque el euro pierde fuerza con respecto al dólar o porque ha aprendido a temer lo que ni siquiera va a sufrir. Recuperar al niño no significa idiotizarse ni tampoco pensar que el pan que nos alimenta brota por los campos como las amapolas o las tregolinas. Lo que reivindico es la sonrisa limpia que yo veía dibujada en la cara de quienes estaban en el circo, aquel gesto que siempre te acompañaba a todas partes cuando eras niño: la necesaria utopía que nos permita encarar el día a día con la esperanza de que la vida no es tan complicada ni tan aburrida como a veces nos parece. Cuando todo parezca perdido deja que sea el niño que fuiste el que busque de nuevo el camino. Recuerda que con él siempre estuviste a salvo.

4 comentarios:

Meiga dijo...

¡Qué curioso! he escrito sobre niños hace un par de días. También yo creo que es en la infancia cuando estamos protegidos de todo, y curiosamente es la etapa en la que estamos más indefensos ¡Qué paradoja!, ¿verdad?

Un abrazo desde el instante de la niñez.

Anónimo dijo...

Eso mismo le escribía a un amigo que tiene una gran depresión. Que todo aquellos que fue (yo le conocí como un joven universitario siempre de buen humor y esperanza), siguen estando dentro de él mismo, que nada ni nadie se pierde. Que precisamente en su interior se escondía el camino de regreso a casa, donde le esperábamos todos.

Beatriz

Distintos dijo...

Como dijera el trovador: "Cuando yo era un enano, era profundo". Cuánto de cierto en tus palabras y en las del trovador.

Editor dijo...

Tienes mucha razón con esa paradoja, Karmen.
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Todos vamos llevando lo que somos siendo, Bea. Tu amigo recuperará aquel fue algún día, ya lo verás.
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Qué bonita canción de Silvio, y qué cierta esa cita: "Libertad para niño"