14 de junio de 2010

Tango

Para mi generación, el Tango era el destinatario de todas las ilusiones futboleras. Habíamos vivido lejanamente el Mundial 74 de Alemania, pero quedamos marcados para siempre por ese fútbol total e hipnótico que inauguró Johan Cruyff y que luego ha llegado hasta nuestros días convertido en sinfonía casi perfecta de la mano de Guardiola. También la selección española en la que tenemos puestas tantas esperanzas quiere emular ese juego que trata de liberarse todo el tiempo de la especulación y del corsé del resultado. La intención es la correcta, pero en el fútbol, como en la vida, hay que dejar que luego sea el azar quien escriba las páginas definitivas de la historia. Así y todo, los perdedores, también como en la propia vida, son muchas veces los que terminan ganando con el tiempo. Pasó en Alemania 74 con Holanda, y pasó en España 82 con aquel equipazo de Brasil que repetíamos de memoria como si fuera una salmodia sagrada para convocar a los sueños más grandiosos.

Pero como canta Andrés Calamaro, yo también soy de la generación del Mundial 78, de la que tenía once años cuando Mario Alberto Kempes corría como un tren inalcanzable camino de las porterías rivales y el estadio del River Plate se convertía en una fiesta de confetis y de banderas. No sabíamos que fuera, con Videla y los otros sátrapas en el poder, se había asentado una pesadilla de desapariciones, torturas y asesinatos. Nosotros, desde las primeras televisiones en color, seguíamos hipnotizados la trayectoria del Tango, aquel balón con hexágonos que entonces parecía lo más fetén del diseño de vanguardia. No recuerdo quién fue el primer amigo que apareció con ese balón en las canchas improvisadas en maretas vacías de nuestro pueblo, pero sí soy capaz de rememorar aquel primer golpeo que estaba unido al destino de nuestros jugadores más idolatrados. Ese Tango es el que todos llevamos años empujando para que entre de una vez en la portería de Leao y nos permita ganar a Brasil. Cada vez que vemos esa imagen de Cardeñosa estrellando el balón contra el cuerpo de Amaral alimentamos todos los fantasmas que tanto contribuyen a hacernos creer en la fatalidad. Cardeñosa era un grandísimo jugador al que, como Kempes, vimos jugar auténticos partidazos en el Estadio Insular. No se merecía que la historia fuese tan cruel con su recuerdo. El fallo de Cardeñosa, y todos los otros goles fallados cada cuatro años siguiendo un ciclo inevitable de mala suerte, sólo será olvido cuando España marque el gol que le permita ganar un Mundial. Lo único que deseo es que sea David Silva quien protagonice ese ansiado momento de gloria. Para nosotros será como si estuviera golpeando aquel Tango inolvidable de los once años.

No hay comentarios: