26 de julio de 2010

La coruja

La llevo viendo desde hace cinco años. Su vuelo imponente y majestuoso se alza entre las casas y los árboles como si agitara la noche. Otras veces está posada en un cable o en un tejado y te mira fijamente, como si tratara de escrutar nuestras contradicciones o de adivinar por qué no volamos como vuela ella cuando extiende sus alas y se pierde en el cielo oscuro y silencioso. Siempre iba y volvía al mismo lugar. Desde que se ponía el sol se la veía salir de entre los arbustos de una finca que está cerca de donde vivo. Una y otra vez me preguntaba por su vida diurna, por cómo podía aislarse de los ruidos de los coches y de los camiones que pasaban cerca de su escondite. También la suponía expectante todo el rato ante un posible ataque de un gato o de una rata, o asustada cuando con los goles, con los fines de año o con cualquier otra excusa llenamos el cielo de pólvora y convertimos a los barrancos en cajas de resonancia. Me basta verla aparecer cada noche para saber que está a salvo. Mi perro y ella se miran atentamente, pero ni uno ladra ni la otra se agita nerviosa. Debe ser que aún se reconocen como nosotros ya no somos capaces de reconocer a los animales que nos rodean. Ni los reconocemos, ni los respetamos.

Desde hace unas semanas han empezado a construir en la finca en la que ha vivido la coruja todos estos años. La cercanía de las elecciones ha hecho que los ayuntamientos pongan en marcha todas aquellas obras que les permitan cortar cintas inaugurales con las que creen, a estas alturas, que pueden justificar la dejadez de los cuatro años que han estado holgazaneando en el poder. Pero en esa finca, además de espacios destinados al municipio, también está previsto un centro comercial y aún queda otra por parcela por definir, aunque supongo que también la terminarán llenando de cemento. Así, construcción a construcción, es como hemos ido destrozando la isla. No sé dónde duerme ahora la coruja. La veo llegar más desorientada que otras noches, pero sigue viniendo. Se lo estamos poniendo cada vez más difícil a todos los animales que llevan siglos habitando nuestro entorno. De momento la coruja sobrevive y sobrevuela, pero no sé por cuánto tiempo, ni tampoco veo por dónde podrán esconderse sus crías cuando crezcan. Arrasamos con las costas y con los campos, y encima pretendemos montar un teleférico en el Roque Nublo. No tenemos en cuenta que no estamos solos, y que detrás de nosotros vendrán otros muchos que querrán bañarse en las mismas playas y pasear por los mismos pinares que ahora descuidamos. Pero no sólo estamos los seres humanos. Más canarios que nosotros son todos esos animales que habitaban este espacio mucho antes de que viniéramos a ponerle un nombre y un precio a cada metro cuadrado del paraíso. Hace días que no me atrevo a mirar a los ojos a la coruja.

2 comentarios:

Juanjo dijo...

Brillante, Santiago.

Cuando viajo, cuando estoy en el "Nuevo Mundo", me doy cuenta cuál maravilloso puede ser el mundo natural. Allí, y crucemos los dedos para que se mantenga, todavía no echan por tierra los paraísos naturales. Alguien me dijo, en 2005, los EE.UU había pedido a México el estado de Veracruz a cambio de la deuda para con ellos. Veracruz pero sin los veracruzanos. No sé si esto será verdad o el mexicano quiso reírse del españolito ignorante, pero lo cierto es que no me extraña, porque es un estado de tierra riquísima, llena de petróleo. Un lugar donde siembres lo que siembres, florece.

Te dejo un enlace de la selva lacandonia. Entrar ahí es salir como un salmonete. Qué pena que las costumbres de "modernidad" se estén asentando y haciéndonos perder vistas como esta que te dejo aquí.

http://www.tribalshowradio.com/images/selva-lacandona-nota.jpg

Saludos cordiales.

Editor dijo...

Qué maravilla el enlace que me envías. La vida debería ser mucho más sencilla, y en lo primero que tendríamos que cambiar es en el valor que le damos a la naturaleza. No apreciamos nada el milagro diario de ver salir una flor o el nacimiento de cualquier especie animal que vale tanto o más que nosotros. Un abrazo