15 de septiembre de 2010

El bono

Lo que voy a contar no saldrá nunca en los manuales de historia. Lo que somos y los años que hemos vivido ocuparán un par de renglones en los manuales que estudien los que vengan a habitar este espacio dentro de dos mil años. No sé por qué perdemos tanto el sueño si todo vale tan poco y apenas tendrá trascendencia. De los grandes imperios del pasado sólo nos ha llegado un acercamiento genérico, y nada más que de aquéllos más cercanos o que dejaron escritas sus peripecias por el mundo. Pero ya digo que nunca aparece lo cotidiano, el desamor de un suicida desesperado, el sufrimiento de una maltratada, la frustración de quien pierde todas las batallas o las enfermedades que acaban con cualquier posibilidad de futuro. Nadie hablará de la Gripe A que nos asustó tanto hace apenas unos meses, ni se recordará ese gol de Iniesta que parece que va a sobrevivir más que el propio universo. Tampoco esta crisis ocupará ningún párrafo en esos manuales. Hay que vivir, por supuesto, pero teniendo claro lo que vale cada paso sólo para nosotros. A los demás les importa poco lo que nos pase. Tú mismo eres tu propio manual de historia, el único capaz de valorar esos pequeños momentos que cambian una vida y también el destino que luego sí termina escribiendo nuestra propia biografía.

Lo que les iba a contar antes de meterme con tanta trascendencia me ocurrió hace unos días en la guagua. Subió una señora bien vestida, triste, poco acostumbrada a lo que iba a protagonizar en unos segundos. Tenía que bajar al médico a la capital y empezó a meter bonos sin saldo en la máquina. Ninguno tenía saldo. Y no llevaba ni un euro encima. Debía de hacer mucho tiempo que no salía de su casa. Sobre la marcha, y eso es lo bueno que tiene la vida, todos reaccionamos y quisimos pagarle el billete. So lo acabó pagando una vecina que venía justo detrás de ella. Luego se sentó detrás de mí con esa misma vecina. Le dijo que no tenía nada de dinero y que lo estaba pasando realmente mal. Vivía sola, era viuda y no contaba ni con hijos ni con familiares cercanos. No quería ir a parar a una residencia, pero tenía miedo a quedarse en la calle o a morir sola por culpa de ese dolor en el pecho que no la abandonaba desde hacía casi dos días. Cada vez era más intenso. Nunca había estado internada en un hospital. Le contó a la vecina que le había pagado el billete que también tenía miedo a que la ingresaran. No habría nadie que la fuera a ver. No sé si llegó a llorar porque no me quise dar la vuelta. Le recordó que lo de la guagua había sido una salida desesperada. Sabía que no tenía dinero ni tampoco saldo en las tarjetas. Y sólo estábamos empezando el mes. Esa es la realidad de la crisis que a mí me preocupa. La macroeconomía o lo que luego se cuente de nosotros no es más que papel mojado. Le deseo a esa señora toda la suerte del mundo.

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