20 de septiembre de 2010

Islas

Una isla se salva del olvido porque no se confunde con ningún continente. Siempre está el mar para delimitar los espacios y los sueños. Pero dentro de cada isla habitada hay otras miles de islas que también acaban haciendo su vida alrededor de sí mismas y del mar que las circunda. Canarias no son sólo siete islas y algunos islotes. Debajo del mar hay muchas más islas sumergidas que en su día se asomaron a la superficie, montañas y barrancos hundidos que supieron del sol y de la lluvia y que acogieron grandes playas con horizontes interminables. La geografía es un mapa que se transforma siempre con el tiempo. También nosotros somos proteicos y cambiantes, islas dentro de otras islas que se convierten en una especie de matriuska inabarcable en donde siempre cabe alguien que llega o que nace. Las islas, aunque pueda resultar una paradoja, son territorios universales que se nutren con las ilusiones de los viajeros que van llegando y con el recuerdo de los que en su día partieron en busca de nuevos sueños y de nuevos horizontes.

Hace cinco millones de años no existían El Hierro o La Palma, y Lanzarote y Fuerteventura formaban una misma isla. Casi todo lo que tenemos a nuestro alrededor era océano, y lo que entonces emergía son hoy grandes islas en los fondos submarinos que siguen soñando con el sol que dejó de brillar sobre su superficie erosionada por el viento y las olas. Sólo tienes que bucear un poco cerca de la costa para encontrar aquel archipiélago sin nombre que ocupaba entonces nuestro espacio. Nosotros sólo habitamos las cimas más altas de aquellas islas fondeadas en el olvido. Cuando te acercas a la orilla y miras fijamente el océano también estás fijando tu mirada en ese pasado que no concibes. Todo nos parece grandioso y eterno a nuestro alrededor, y no nos damos cuenta de que ni siquiera el paisaje permanecerá como está cuando pasen millones de años. O aceptas ese dinamismo de la naturaleza o te estancas, te aburguesas y te acostumbras a que la vida pase de largo. Sólo asumiendo esas reglas temporales del juego podremos aspirar a ser felices. Todo cambia; nada permanece. Lo aprendimos con Heráclito de Éfeso, pero creo que no hacían falta lecciones de filosofía teniendo tan cerca la presencia de un océano que ha ido viendo cómo nacen y desaparecen islas e imperios, vidas de hombres y de pájaros, de grandes y pequeños hombres y de grandes y pequeños pájaros. No sólo hay que darle la razón a Gertrude Stein cuando decía que una rosa era una rosa y lo repetía hasta la saciedad para que no lo olvidáramos: también una isla es una isla que se repite infinitamente hasta confundirse de vez cuando con la vida de quienes pasan por ella tratando de ser felices todo el rato. Unas veces estamos arriba y otras andamos sumergidos esperando nuestro momento. Islas dentro de otras islas.

2 comentarios:

Francesc Cornadó dijo...

Aquellos continentes ahora son grandes masas sumergidas, emergen sólo las islas, cabecitas inquietas que se resisten al hundimiento. Todo cambia, las morfologías y los hombres, y los granitos más duros tarde o temprano se convierten en áridos para la formación de hormigones inmobiliarios.

salud


Francesc Cornadó

Editor dijo...

Por desgracia es así, Francesc, y los canarios sabemos lo que supone destrozar muchos paraísos de la noche a la mañana. Un abrazo