2 de noviembre de 2010

La voz

Y cómo le explicamos el sonido de su voz. No tenemos grabaciones. Sólo cada uno de nosotros recuerda el tono, las palabras y el sonido que diferenciaba esa voz del resto de voces que ha habido en el planeta durante miles de años. Somos nuestra propia voz, no sólo lo que decimos o lo que pensamos. Tampoco quedamos en los escritos. Nos mantenemos en el recuerdo mientras haya alguien que recuerde cómo le llamábamos, con qué tono le decíamos te quiero o cómo pedíamos el pan cada mañana en la tienda de la esquina en la que nos reconocen según entramos por la puerta. Nuestra voz se confunde entre otras miles de voces, pero se mantiene a salvo cada vez que suena y puede decir lo que quiera, cuando quiera y como quiera. Si nos callan nos silencian. No es una redundancia. Cuando hablamos estamos contando el mundo que vivimos. Da lo mismo que ni siquiera sepamos cómo suena nuestra voz cuando sale de nuestra boca. No nos reconocemos nunca en las grabaciones, pero siempre seguimos siendo nosotros. A veces incluso hablas contigo mismo para mitigar la soledad o porque, como decía Antonio Machado, esperas hablar con Dios un día.

Ese niño de tres años nos dejó a todos sin palabras. No conoció a su abuela paterna, pero siempre hemos querido que se mantenga viva en su memoria. Le hablamos de ella, le enseñamos fotos y le mostramos los muchos cuadros que dejó pintados para que sepa de dónde viene y recuerde siempre a quien, de haber estado viva, le hubiera querido más que nadie. Tiene sus mismos ojos y la genética ha querido que se parezca mucho a la mujer que él reconoce como un juego cuando construye sus primeras frases. Nos dejó sin palabras cuando nos preguntó por la voz de su abuela. Quería saber cómo era, cómo lo hubiera llamado por su nombre, con qué tono hablaría esa mujer hermosa que es capaz de distinguir en las fotografías como la madre de su padre. Nos miramos. En un primer momento nadie supo qué contestar. Se atisbaba la emoción en los ojos de todos nosotros. El azar ha querido que las películas que conservamos de ella sean muy antiguas, sin sonido. Las de los últimos años desaparecieron en una de esas mudanzas que no son más que un caos que juega a favor del olvido y de la pérdida de aquello que más querríamos haber conservado. Confiamos en que aparezcan alguna vez, aunque de momento no tenemos grabada su voz. Cada uno de nosotros puede recordarla nítidamente, pero nadie puede reproducirla para que la escuche ese niño que espera una respuesta mientras mira la fotografía que identificó desde un primer momento con su abuela. Alguien le dice que esa voz sonaba parecida a la de sus tías, pero no es así. El niño sonríe y sigue viviendo la vida como un bendito juego en donde todavía no se ha aposentado la ausencia. Nosotros sólo querríamos volver a escuchar aquella voz cercana que tanto echamos de menos.

2 comentarios:

Distintos dijo...

Sencillo pero conmovedor. Remueve sentimientos y recuerdos. Hay tantas voces que nos salvan en la distancia y en los sueños. Gracias por seguir dejando que se escuche tu voz a través de tus palabras.

Editor dijo...

Gracias por asomarte de vez en cuando por aquí. Un abrazo